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Viernes, 24 de Abril de 2015 Tiempo de lectura:
A contracorriente

¿Ser político?: ¡ni de coña!

Antaño, la gente entraba en política para forrarse, ya fuera de forma legal (sueldos generosos, dietas, gastos…) e ilegal, pero igualmente consentida por la sociedad (sobornos).

En eso, los políticos extranjeros no eran mejores que los nuestros: en ocasiones, por la cuantía escandalosa de sus coimas; en otras, por lo miserable de una conducta que cargaba sobre los fondos públicos hasta el consumo privado de una coca-cola o un huevo frito.  

 

Ahora, a medida que se han multiplicado las incompatibilidades, se ha dificultado la práctica de su profesión de quienes la tienen y pueden ejercerla al margen de la política y se ha robustecido la figura de esos otros que no se han dedicado en su vida más que a vivir del erario sin saber hacer la o con un canuto, la política comienza a perder sus mejores hombres.

 

Reflexiono sobre esto a raíz del hipócrita escándalo de los cuatro duros ganados por el diputado Martínez Pujalte en su asesoramiento para salvar a una empresa y sus consiguientes puestos de trabajo. Consultó al Congreso si podía realizarlo, fue aprobado para ello, declaró la cuantía de lo percibido y pagó los impuestos generados por esa actividad. Todo ello, sin restar actividad a su labor como parlamentario y sus obligaciones con los votantes.

 

No me cansaré de reivindicar estos políticos que saben hacer algo más que sentarse en el escaño y que, si se dedican a la política, es por vocación pública y no porque desconozcan cómo ganarse la vida.

 

Pero, al parecer, la moda “iconocasta” actual prefiere políticos iletrados y pobres, con sueldos miserables, dedicación exclusiva a la cosa pública como si fuese una torre de marfil y, dadas tales condiciones, más proclives que los anteriores a meter la mano en la caja pública.

 

Conseguiremos, pues, que a la política sólo se dediquen los más tontos de cada casa. Y ése sí que será el verdadero llanto y crujir de dientes. No el de ahora, por grave que sea.

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