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Martes, 10 de Diciembre de 2013 Tiempo de lectura:
A contracorriente

Políticos cada vez más tontos

La corrupción y —consiguientemente— los políticos vuelven a estar entre las principales preocupaciones de los españoles.

Lo peor, para mí, no es eso, sino que nuestros políticos son cada vez más tontos y están menos preparados. Me explicaré.

La clase política ha estado compuesta, hasta hace poco, por unos individuos arrogantes y prepotentes, que han usado muchas veces los dineros públicos como si fuesen suyos. Pero ahora, con la mala fama que han adquirido y con la incipiente perdida de inmunidad de sus conductas  —hasta resultan acosados en la calle a la primera de cambio—, los más preparados de ellos se pasan a la actividad privada.

No es de extrañar porque, contrariamente a lo que se cree, los políticos cobran poco: de ahí su tentación de enriquecerse con contratas administrativas y otras triquiñuelas varias que propicia su acceso a los Presupuestos públicos. Ya me dirán, si no: ¿acaso son un buen sueldo los 70.000 euros anuales que percibe el Presidente del Gobierno? Al contrario: acaba de hacerse público que más de cien banqueros españoles cobran al menos un millón de euros por hacer las barrabasadas que hacen. Ante semejante contradicción, los políticos más listos, insisto, acaban pasando a la empresa privada. Y no doy nombres porque están en la mente de todos.
O sea, que al frente de la cosa pública quedan, lamentablemente, los más tontos, que se aferran además a su cargo como si les fuese —que les va— la vida en ello.

De ahí que no prospere la necesaria —y económica— fusión de municipios. Y que en los dos únicos pueblos en que se ha realizado el alcalde resultante se haya doblado el sueldo. Puestos a cobrar por su cargo, se ha sabido que lo hace hasta la alcaldesa de un pueblecito salmantino de cincuenta y tantos vecinos.

A eso mismo se debe la numantina resistencia a reducir el número de diputados autonómicos o a suprimir las diputaciones. El argumento de que a menos cargos hay menos democracia es un sarcasmo que habla por sí solo de la capacidad intelectual de quienes lo formulan. Su caso es como el de aquel candidato a presidente de los Estados Unidos que, apartado de la carrera presidencial, decía en una película: “¿Y ahora a qué me dedicaré, porque yo no sé hacer nada de nada?”.

Pues eso.

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