A contracorriente
La violencia de género y las otras
Pasan los años y la violencia contra las mujeres no cede. Y cada vez los maltratadores y asesinos son más jóvenes.
Algo habremos hecho mal.
Para
empezar, la tipificación de esas agresiones como violencia de género,
es decir, como barbarie específica y distintiva, les otorga una extraña
justificación ante los matarifes que las practican, como si fuesen algo
inevitable e inherente a su condición machista.
El caso es que
esa violencia, como todas, no es más que la opresión del fuerte sobre el
débil, el recurso a la brutalidad de quienes tienen más capacidad para
ejercerla. Así, la violencia doméstica suele ser masculina, a diferencia
de otras violencias más insidiosas de quienes utilizan su superioridad
psicológica para llevarlas a cabo.
Aunque algunos parezcan no
querer verlo, resulta más importante el sustantivo común a todo tipo de
barbarie (“violencia”) que el adjetivo respectivo (“de género”,
“escolar”, “laboral”, etcétera). Por eso, mientras la sociedad no
desacredite toda clase de violencia, ésta podrá encontrar siempre algún
resquicio de justificación para practicarla. ¿Acaso no se siguen
realizando con total impunidad crueles novatadas universitarias? Claro
que acabaron ya las realizadas durante la mili, pero sólo porque
desapareció la conscripción forzosa de los mozos.
Se argüirá que no
son comparables todas esas formas de violencia, ni siquiera la creciente
crueldad juvenil contra padres desvalidos ejercida por sus vástagos. Es
verdad. ¿Pero acaso no se aprecian en el bullying, esa penosa
mortificación adolescente a los compañeros de clase, claros indicios de
encontrarnos ante futuros maltratadores domésticos?
Dejo el tema
para educadores, psicólogos y demás profesionales de la conducta humana,
que tienen más conocimientos que un servidor para abordarlo. Pero uno
cree que si no se combate radicalmente la violencia existente en la
familia, la escuela, el ocio, los medios de comunicación… seguirán
cultivándose a su amparo futuros maltratadores de sus desgraciadas
parejas.
A lo mejor, en esa beligerancia de raíz contra el problema es donde, de verdad, se encuentra su solución.
Pasan los años y la violencia contra las mujeres no cede. Y cada vez los maltratadores y asesinos son más jóvenes.
Algo habremos hecho mal.
Para
empezar, la tipificación de esas agresiones como violencia de género,
es decir, como barbarie específica y distintiva, les otorga una extraña
justificación ante los matarifes que las practican, como si fuesen algo
inevitable e inherente a su condición machista.
El caso es que
esa violencia, como todas, no es más que la opresión del fuerte sobre el
débil, el recurso a la brutalidad de quienes tienen más capacidad para
ejercerla. Así, la violencia doméstica suele ser masculina, a diferencia
de otras violencias más insidiosas de quienes utilizan su superioridad
psicológica para llevarlas a cabo.
Aunque algunos parezcan no
querer verlo, resulta más importante el sustantivo común a todo tipo de
barbarie (“violencia”) que el adjetivo respectivo (“de género”,
“escolar”, “laboral”, etcétera). Por eso, mientras la sociedad no
desacredite toda clase de violencia, ésta podrá encontrar siempre algún
resquicio de justificación para practicarla. ¿Acaso no se siguen
realizando con total impunidad crueles novatadas universitarias? Claro
que acabaron ya las realizadas durante la mili, pero sólo porque
desapareció la conscripción forzosa de los mozos.
Se argüirá que no
son comparables todas esas formas de violencia, ni siquiera la creciente
crueldad juvenil contra padres desvalidos ejercida por sus vástagos. Es
verdad. ¿Pero acaso no se aprecian en el bullying, esa penosa
mortificación adolescente a los compañeros de clase, claros indicios de
encontrarnos ante futuros maltratadores domésticos?
Dejo el tema
para educadores, psicólogos y demás profesionales de la conducta humana,
que tienen más conocimientos que un servidor para abordarlo. Pero uno
cree que si no se combate radicalmente la violencia existente en la
familia, la escuela, el ocio, los medios de comunicación… seguirán
cultivándose a su amparo futuros maltratadores de sus desgraciadas
parejas.
A lo mejor, en esa beligerancia de raíz contra el problema es donde, de verdad, se encuentra su solución.

























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