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Martes, 03 de Diciembre de 2013 Tiempo de lectura:
A contracorriente

La violencia de género y las otras

Pasan los años y la violencia contra las mujeres no cede. Y cada vez los maltratadores y asesinos son más jóvenes.

Algo habremos hecho mal.

Para empezar, la tipificación de esas agresiones como violencia de género, es decir, como barbarie específica y distintiva, les otorga una extraña justificación ante los matarifes que las practican, como si fuesen algo inevitable e inherente a su condición machista.

El caso es que esa violencia, como todas, no es más que la opresión del fuerte sobre el débil, el recurso a la brutalidad de quienes tienen más capacidad para ejercerla. Así, la violencia doméstica suele ser masculina, a diferencia de otras violencias más insidiosas de quienes utilizan su superioridad psicológica para llevarlas a cabo.

Aunque algunos parezcan no querer verlo, resulta más importante el sustantivo común a todo tipo de barbarie (“violencia”) que el adjetivo respectivo (“de género”, “escolar”, “laboral”, etcétera). Por eso, mientras la sociedad no desacredite toda clase de violencia, ésta podrá encontrar siempre algún resquicio de justificación para practicarla. ¿Acaso no se siguen realizando con total impunidad crueles novatadas universitarias? Claro que acabaron ya las realizadas durante la mili, pero sólo porque desapareció la conscripción forzosa de los mozos.
Se argüirá que no son comparables todas esas formas de violencia, ni siquiera la creciente crueldad juvenil contra padres desvalidos ejercida por sus vástagos. Es verdad. ¿Pero acaso no se aprecian en el bullying, esa penosa mortificación adolescente a los compañeros de clase, claros indicios de encontrarnos ante futuros maltratadores domésticos?

Dejo el tema para educadores, psicólogos y demás profesionales de la conducta humana, que tienen más conocimientos que un servidor para abordarlo. Pero uno cree que si no se combate radicalmente la violencia existente en la familia, la escuela, el ocio, los medios de comunicación… seguirán cultivándose a su amparo futuros maltratadores de sus desgraciadas parejas.

A lo mejor, en esa beligerancia de raíz contra el problema es donde, de verdad, se encuentra su solución.    

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