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Jueves, 14 de Noviembre de 2013 Tiempo de lectura:

En Valencia, los malos parecen buenos

Pueden perpetrar maldades, como puñaladas traperas a traición, que ellos ni siquiera perciben como tales, y en última instancia, y sólo si se ven obligados, las pueden reconocer como maldades pequeñitas. Estas cosas no sólo ocurren en Valencia, sino también en Alicante, Madrid, Jaén y, en definitiva, en la mayoría de los lugares.

Aunque esta realidad remita, muy acertadamente, a pensar en la banalidad del mal, en el sentido de que las personas normales y corrientes llevan a cabo acciones reprobables de forma inconsciente, la parte positiva de la cuestión es que, al ser oficialmente buenas personas, se puede tratar con ellas de forma civilizada. Basta con dar por hecho que las personas banales hacen el mal de forma banal e incluso algunas disfrutan con el sufrimiento ajeno, sin que esto les perturbe emocionalmente, puesto que su banalidad les permite procurarse coartadas banales que les permiten reconciliarse consigo mismo en su banalidad.

En el País Vasco, en cambio, las cosas son diferentes. No se puede aceptar como buenas personas a los simpatizantes de Bildu, Amaiur y similares. Hay que partir de la base de que todos ellos son unos canallas. Ser simpatizante de un partido de estos es como dar una patada en toda la boca a las víctimas del terrorismo, algo que ni tan siquiera se pueden consentir quienes se conforman con parecer buenas personas. Las víctimas de Eta no tienen ninguna culpa, por lo que despreciarlas es un acto horrendo, indigno de seres humanos.

Hay que imaginarse, además, la situación de Pilar Elías. Su historia, todavía es desconocida por muchos. Ramón Baglietto salvó la vida a Cándido Azpiazu cuando éste era un niño. Azpiazu agradeció el favor 18 años más tarde asesinando a Baglietto, de la forma en que suelen hacerlo los etarras. Azpiazu fue a la cárcel y salió, porque las leyes españolas son así de complacientes, y al salir pidió un préstamo a un banco español, que se lo concedió, y montó una cristalería en los bajos de la casa en la que vive Pilar Elías, la viuda de Ramón Baglietto.

Los habitantes del pueblo no quieren problemas y cuando se cruzan con Pilar Elías giran la cara para no saludarla, no vaya a ser que los vea algún etarra. En cambio, saludan efusivamente al asesino y le compran cristales. Eso es el mal, sin disimulos ni componendas.

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