No somos mejores que los políticos
A contracorriente
Está de moda creer que nuestros políticos se llevan a paladas el dinero público, en una impúdica exhibición de corrupción.
Desde
luego, una serie de escándalos (Gürtel, Nóos, EREs, etcétera), así como
su impunidad judicial a fecha de hoy, no contribuyen precisamente a
disipar esa imagen.
Sin embargo, España es el 30º país menos
corrupto del mundo de los 176 que controla la organización Trasparencia
Internacional. Incluso en los más sanos, como Suecia, recuerdo el caso
de una ministra conservadora y de un parlamentario comunista que hace
años coincidían sin razón aparente en viajes organizados con dinero
público. El motivo real era su secreta relación sexual a costa de los
contribuyentes.
De la corrupción no se salva ni Dios,
parafraseando los versos de Blas de Otero. Lo evidenció The Daily
Telegraph al desvelar hace cuatro años que docenas de parlamentarios
británicos habían cobrado dietas por viajes que no realizaron, recibido
ayudas para hipotecas que ya habían vencido y conseguido compensaciones a
obras inexistentes.
Ya ven que en todas partes cuecen habas.
Por
eso mismo, a la hora de denunciar a políticos sinvergüenzas, también
nosotros deberíamos hacérnoslo mirar: ¿quién no ha facturado obras sin
IVA, enchufado al hijo de algún amigo o pedido una receta médica para
otra persona?
No nos engañemos: tenemos a los políticos que nos merecemos.
Me
lo ha ratificado el caso de una amiga ucraniana, en perfecto estado de
salud pero con un subsidio permanente de invalidez. ¿Cómo es eso?, le he
preguntado: pues que el médico que la operó con feliz resultado volvió a
certificar su incapacidad laboral a cambio de percibir de ella bajo
cuerda la mitad de su pensión de por vida.
Al lado de este caso,
los nuestros parecen de chichinabo. Claro que esa falta de
comportamiento moral de los ciudadanos se corresponde con las actitudes
de sus políticos. Mientras que aquí los nuestros sólo se atreven a
increparse en el Congreso, en Kiev llegan tan ricamente a darse de
puñetazos por un quítame allá esas pajas.
A contracorriente
Está de moda creer que nuestros políticos se llevan a paladas el dinero público, en una impúdica exhibición de corrupción.
Desde
luego, una serie de escándalos (Gürtel, Nóos, EREs, etcétera), así como
su impunidad judicial a fecha de hoy, no contribuyen precisamente a
disipar esa imagen.
Sin embargo, España es el 30º país menos
corrupto del mundo de los 176 que controla la organización Trasparencia
Internacional. Incluso en los más sanos, como Suecia, recuerdo el caso
de una ministra conservadora y de un parlamentario comunista que hace
años coincidían sin razón aparente en viajes organizados con dinero
público. El motivo real era su secreta relación sexual a costa de los
contribuyentes.
De la corrupción no se salva ni Dios,
parafraseando los versos de Blas de Otero. Lo evidenció The Daily
Telegraph al desvelar hace cuatro años que docenas de parlamentarios
británicos habían cobrado dietas por viajes que no realizaron, recibido
ayudas para hipotecas que ya habían vencido y conseguido compensaciones a
obras inexistentes.
Ya ven que en todas partes cuecen habas.
Por
eso mismo, a la hora de denunciar a políticos sinvergüenzas, también
nosotros deberíamos hacérnoslo mirar: ¿quién no ha facturado obras sin
IVA, enchufado al hijo de algún amigo o pedido una receta médica para
otra persona?
No nos engañemos: tenemos a los políticos que nos merecemos.
Me
lo ha ratificado el caso de una amiga ucraniana, en perfecto estado de
salud pero con un subsidio permanente de invalidez. ¿Cómo es eso?, le he
preguntado: pues que el médico que la operó con feliz resultado volvió a
certificar su incapacidad laboral a cambio de percibir de ella bajo
cuerda la mitad de su pensión de por vida.
Al lado de este caso,
los nuestros parecen de chichinabo. Claro que esa falta de
comportamiento moral de los ciudadanos se corresponde con las actitudes
de sus políticos. Mientras que aquí los nuestros sólo se atreven a
increparse en el Congreso, en Kiev llegan tan ricamente a darse de
puñetazos por un quítame allá esas pajas.

























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