La eternidad personal
Y te despiertas un día, con la idea de que sigues siendo el mismo o la
misma que hace unos años, que nada en tu vida ha cambiado y si lo ha
hecho ha sido en contra de tu voluntad. Te detienes y aunque ves la
huella que ha dejado los años en tu rostro y cuerpo, sigues siendo lo
que eras antes. Sabes que sigues comportándote igual que te comportabas
antes gracias a valores que aprendiste o te inculcaron, y piensas que
gracias a ellos estás dónde estás.
De hecho, tú sigues así porque
piensas que es mejor ser así, que no hay porque cambiar, que a ti lo
que te importa es tu comodidad -alimentada por la rutina- y al fin y al
cabo lo que te importa es que las cosas te vayas medianamente bien.
Pero, ¿Y si con el cambio te van mejor?
Pensamos
–erróneamente- que si estamos bien en nuestro trabajo, en nuestro
entorno, en nuestra situación actual, ¿Por qué cambiar?
Pues
bien, creo que la respuesta sería muy sencilla pero muy atrevida, se
trata de no conformarse con aquello que simplemente me da estabilidad,
sino arriesgar por algo que pienso que me puede traer a largo tiempo una
mayor satisfacción, o simplemente proporcionarme más felicidad.
Es
cierto que el ser arriesgado (o emprendedor) en cualquier aspecto de tu
vida, tiene más que ver en rasgos de tu personalidad que aspectos
sociales, no obstante la valentía o las ganas por encontrar algo nuevo
va en función de la ambición o las inquietudes por las cuales muevas
tu vida.
También es cierto que actualmente esa conformidad va
justificada por la situación actual, pero es eso, una simple
justificación que nos hace pensar que si no emprendemos ningún cambio es
porque ahora no es el mejor momento, o eso es lo que al menos unos a
otros nos vamos diciendo, con el fin de complacernos y decir aquello que
después queremos oír.
Porque el futuro del cambio está en el pasado de la eternidad.
Y te despiertas un día, con la idea de que sigues siendo el mismo o la
misma que hace unos años, que nada en tu vida ha cambiado y si lo ha
hecho ha sido en contra de tu voluntad. Te detienes y aunque ves la
huella que ha dejado los años en tu rostro y cuerpo, sigues siendo lo
que eras antes. Sabes que sigues comportándote igual que te comportabas
antes gracias a valores que aprendiste o te inculcaron, y piensas que
gracias a ellos estás dónde estás.
De hecho, tú sigues así porque
piensas que es mejor ser así, que no hay porque cambiar, que a ti lo
que te importa es tu comodidad -alimentada por la rutina- y al fin y al
cabo lo que te importa es que las cosas te vayas medianamente bien.
Pero, ¿Y si con el cambio te van mejor?
Pensamos
–erróneamente- que si estamos bien en nuestro trabajo, en nuestro
entorno, en nuestra situación actual, ¿Por qué cambiar?
Pues
bien, creo que la respuesta sería muy sencilla pero muy atrevida, se
trata de no conformarse con aquello que simplemente me da estabilidad,
sino arriesgar por algo que pienso que me puede traer a largo tiempo una
mayor satisfacción, o simplemente proporcionarme más felicidad.
Es
cierto que el ser arriesgado (o emprendedor) en cualquier aspecto de tu
vida, tiene más que ver en rasgos de tu personalidad que aspectos
sociales, no obstante la valentía o las ganas por encontrar algo nuevo
va en función de la ambición o las inquietudes por las cuales muevas
tu vida.
También es cierto que actualmente esa conformidad va
justificada por la situación actual, pero es eso, una simple
justificación que nos hace pensar que si no emprendemos ningún cambio es
porque ahora no es el mejor momento, o eso es lo que al menos unos a
otros nos vamos diciendo, con el fin de complacernos y decir aquello que
después queremos oír.
Porque el futuro del cambio está en el pasado de la eternidad.

























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