Contra los políticos: votar más
A CONTRACORRIENTE
Cada vez oigo decir a más ciudadanos, desengañados con la clase política, que “la próxima vez no pienso ir a votar”.
Resulta
que es peor el remedio que la enfermedad. Con Franco estuvimos cuarenta
años sin ir a votar y ya ven. Por eso hay que hacer justamente lo
contrario: votar y hacerlo cada vez más; votar en blanco, si se quiere,
como repulsa a todos los partidos, hacerlo por formaciones alternativas y
hasta crear nuestras propias organizaciones, pero votar siempre.
Lo
importante es no dejar nuestros asuntos en manos de unos profesionales
que luego pueden usurpar tan ricamente nuestra auténtica voluntad.
Puesto que tenemos que elegir a unos pocos conciudadanos para que nos
representen —dada la imposibilidad práctica de que podamos mandar todos a
la vez—, atémosles en corto y no dejemos que campen a sus anchas.
Aunque
es verdad que los políticos resultan imprescindibles, cuantos menos
haya —y cuanto menos profesionales sean de la cosa pública—, mejor para
todos. Eso es lo que sucede en los países anglosajones, donde, cada vez
que llega un nuevo partido al poder, de subsecretario para abajo
permanecen todos los miembros del Gobierno anterior.
Es que, para
hacer bien las cosas ya existen unos funcionarios de carrera, bien
preparados, que han superado unas oposiciones y que no tienen prejuicios
partidistas. Hace ya bastantes años, la divertida serie británica de
televisión Sí, Ministro, protagonizada por Nigel Hawthorne, lo
ejemplificó de forma precisa, mostrando cómo las mejores decisiones para
los contribuyentes no eran tomadas por unos incompetentes políticos,
sino por sus espabilados subalternos.
A CONTRACORRIENTE
Cada vez oigo decir a más ciudadanos, desengañados con la clase política, que “la próxima vez no pienso ir a votar”.
Resulta
que es peor el remedio que la enfermedad. Con Franco estuvimos cuarenta
años sin ir a votar y ya ven. Por eso hay que hacer justamente lo
contrario: votar y hacerlo cada vez más; votar en blanco, si se quiere,
como repulsa a todos los partidos, hacerlo por formaciones alternativas y
hasta crear nuestras propias organizaciones, pero votar siempre.
Lo
importante es no dejar nuestros asuntos en manos de unos profesionales
que luego pueden usurpar tan ricamente nuestra auténtica voluntad.
Puesto que tenemos que elegir a unos pocos conciudadanos para que nos
representen —dada la imposibilidad práctica de que podamos mandar todos a
la vez—, atémosles en corto y no dejemos que campen a sus anchas.
Aunque
es verdad que los políticos resultan imprescindibles, cuantos menos
haya —y cuanto menos profesionales sean de la cosa pública—, mejor para
todos. Eso es lo que sucede en los países anglosajones, donde, cada vez
que llega un nuevo partido al poder, de subsecretario para abajo
permanecen todos los miembros del Gobierno anterior.
Es que, para
hacer bien las cosas ya existen unos funcionarios de carrera, bien
preparados, que han superado unas oposiciones y que no tienen prejuicios
partidistas. Hace ya bastantes años, la divertida serie británica de
televisión Sí, Ministro, protagonizada por Nigel Hawthorne, lo
ejemplificó de forma precisa, mostrando cómo las mejores decisiones para
los contribuyentes no eran tomadas por unos incompetentes políticos,
sino por sus espabilados subalternos.

























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