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Viernes, 19 de Julio de 2013 Tiempo de lectura:

La balcanización de España

A contracorriente


Tiene razón Pérez Rubalcaba al afirmar que Mariano Rajoy está sentado sobre tres volcanes, uno de los cuales se llama Cataluña. Pero ni él ni el presidente del Gobierno parecen conscientes de que este último volcán ya ha entrado en erupción y que la lava del independentismo corre aceleradamente hacia la devastación de todo su entorno.

La abrupta aparición de este tipo de fenómenos impensables e improbables hace muy poco tiempo es lo que el pensador Nassim Taleb llama un Cisne Negro, es decir, un acontecimiento no previsto, que va incluso contra la lógica estadística de lo que era previsible, pero que, en todo caso, termina por suceder.

En relación con ello, recuerdo mi conversación con una colega croata en la redacción del periódico Vecernji List, en Zagreb, en el verano de 1990. Le plateaba yo la posibilidad de un inminente conflicto con Serbia y la desintegración total de Yugoslavia: “¡Imposible! —me decía ella—. ¡Con lo bien que vivimos todos juntos sería una tontería hacerlo!”

Ya ven. En poco tiempo, la Yugoslavia que dejó Tito se llegó a fragmentar en siete países diferentes, antagónicos entre sí algunos de ellos.

Esa balcanización —por usar un término que ha hecho fortuna— no resulta, pues, imposible en el caso de España.

Hablando de Cataluña, hasta los analistas más lúcidos y menos infectados de emocionalidad en sus conclusiones, como el gran periodista Xavier Vidal-Folch, admiten como escenario más probable y verosímil “el choque de trenes entre dos nacionalismos inversos”, el catalán y el español.

Por esa misma eventualidad, uno da por descontada la inevitable e irreversible —también indeseable— secesión de Cataluña del resto de España. Dicho suceso, por supuesto, inicialmente será perjudicial para todos sus protagonistas, para unos más que para otros, y llevará a una probable disgregación del conjunto del país, al modo de la Rusia post-soviética, al haber perdido el eje vertebrador que supone hoy día Cataluña.

Si esta hipótesis llega a suceder, el no haberla previsto antes, el haberla alentado incluso por ignorancia, incompetencia o cobardía, quedará para siempre como estigma de la clase política actual, una de las más egoístas, torpes y banales de la reciente —y a veces atormentada— historia de España.

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