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Lunes, 01 de Julio de 2013 Tiempo de lectura:

Sudáfrica sin Mandela

A contracorriente

La resistencia a morir de Nelson Mandela quizá se haya debido al propio empecinamiento de Madiba, convencido de que sin él, el futuro de Sudáfrica resulta más que problemático.

Entre los muchos méritos de Mandela, el mayor ha sido el evitar una confrontación civil al final del apartheid. El país multicolor que él siempre ha defendido lo plasmó en una Constitución de las más liberales y democráticas del mundo. Aun así, el revanchismo de un sector de la mayoría negra antes oprimida parece imposible de evitar por sus sucesores, como el errático presidente Jacob Zuma, y menos aun por jóvenes extremistas como Julius Malema.

No es de extrañar, por consiguiente, la huída del país de un millón de blancos, minoría que ha quedado reducida a menos del 10% de la población. El antes floreciente centro de Johannesburgo, ha sido abandonado por sus antiguos amos y señores y en él se produce una violencia que multiplica por ocho el número de homicidios de los Estados Unidos. También se ha vaciado de blancos la administración pública de Pretoria, la capital, así como las calles que parten de la céntrica y bella Plaza Kruger.

La situación resulta más ominosa, si cabe, en las granjas del interior, donde los antiguos colonos viven en una creciente amenaza, cuyas manifestaciones han sido recogidas hasta en la obra de escritores progresistas, como el premio nobel J.M. Coetze.

Mandela siempre se ha opuesto a cualquier devastador ajuste de cuentas con los antiguos opresores, convencido no sólo de la injusticia de una confrontación racial sino de sus efectos negativos en un país que ha conseguido tener el 25% del PIB del continente.

Sin él, sin su presencia moderadora —incluso en estos años de postración por la enfermedad— va a resultar muy difícil contener las pasiones en un país con una historia atormentada, pero con unas posibilidades inmensas. Si aquéllas se desbordan, si se pretende quemar etapas, si resurgen las rivalidades étnicas soterradas —más de una decena de etnias en el país—, el impagable legado de Mandela se habrá tirado por la borda.

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