AVE, ¿para qué?
A contracorriente
No
comparto el entusiasmo bobalicón y unánime por la inauguración del AVE entre
Madrid y Alicante. Ha servido para encarecer ese trayecto por tren, como todos
los demás de la alta velocidad, sin ofrecer otras alternativas ferroviarias y
sin garantizar, por supuesto, que resulte rentable.
Somos
el país del mundo con la mayor red de AVE por número de habitantes, sin que
tanto derroche inversor responda a necesidades objetivas sino a los caprichos
sucesivos de Felipe González, primero, con la unión de Sevilla a Madrid, y de
Aznar, después, haciendo lo propio con Valladolid.
¿Por
qué esta orgía inversora cuando somos una sociedad reacia al ferrocarril, el
cual año a año pierde pasajeros y resulta más deficitaria su explotación?
La
culpa la tiene el fomento masivo del uso del transporte individual frente al
colectivo, y del automóvil, en concreto, antes que cualquier otro medio de
transporte. Así se ha beneficiado una industria automovilística de las mayores
de Europa y que, ahora, con la crisis económica, las pasa canutas.
No
tiene sentido, por consiguiente, el exceso de infraestructuras viarias en
nuestro país. Nos hemos gastado la tira en hacer AVE para trayectos donde ya
existen, no una, sino hasta tres alternativas paralelas por carretera:
autopista de peaje, autovía gratuita y carretera nacional. ¿Quién podrá
mantener todo esto en años sucesivos? ¿Y a qué precio?
Quienes
hayan viajado en automóvil por cualquier país de Europa saben que no existe esa
densidad viaria ni de coña, entre otras cosas porque las administraciones
públicas de esos países no tienen dinero para su mantenimiento y para gastarlo
además en educación, sanidad y demás prestaciones sociales. Así que eligen y
priorizan dónde hacer el gasto.
Para
más inri, nuestras posibilidades de transporte humano, que no de mercancías,
por supuesto, se completan con 49 aeropuertos a lo largo y ancho del país, como
si esto fuera Estados Unidos. La mayoría de ellos son aeropuertos casi sin
pasajeros, claro, y alguno de ellos sin aviones. Pero, eso sí, que nos quiten
lo gastado en todos ellos y lo que aún nos queda por gastar.
Tras
este somero repaso de nuestra creciente hipoteca en infraestructuras costosas e
innecesarias, permítanme que no me alegre ya ante ningún nuevo dispendio que
acabaremos por pagarlo con sangre, sudor y lágrimas.
A contracorriente
No comparto el entusiasmo bobalicón y unánime por la inauguración del AVE entre Madrid y Alicante. Ha servido para encarecer ese trayecto por tren, como todos los demás de la alta velocidad, sin ofrecer otras alternativas ferroviarias y sin garantizar, por supuesto, que resulte rentable.
Somos el país del mundo con la mayor red de AVE por número de habitantes, sin que tanto derroche inversor responda a necesidades objetivas sino a los caprichos sucesivos de Felipe González, primero, con la unión de Sevilla a Madrid, y de Aznar, después, haciendo lo propio con Valladolid.
¿Por qué esta orgía inversora cuando somos una sociedad reacia al ferrocarril, el cual año a año pierde pasajeros y resulta más deficitaria su explotación?
La culpa la tiene el fomento masivo del uso del transporte individual frente al colectivo, y del automóvil, en concreto, antes que cualquier otro medio de transporte. Así se ha beneficiado una industria automovilística de las mayores de Europa y que, ahora, con la crisis económica, las pasa canutas.
No tiene sentido, por consiguiente, el exceso de infraestructuras viarias en nuestro país. Nos hemos gastado la tira en hacer AVE para trayectos donde ya existen, no una, sino hasta tres alternativas paralelas por carretera: autopista de peaje, autovía gratuita y carretera nacional. ¿Quién podrá mantener todo esto en años sucesivos? ¿Y a qué precio?
Quienes hayan viajado en automóvil por cualquier país de Europa saben que no existe esa densidad viaria ni de coña, entre otras cosas porque las administraciones públicas de esos países no tienen dinero para su mantenimiento y para gastarlo además en educación, sanidad y demás prestaciones sociales. Así que eligen y priorizan dónde hacer el gasto.
Para más inri, nuestras posibilidades de transporte humano, que no de mercancías, por supuesto, se completan con 49 aeropuertos a lo largo y ancho del país, como si esto fuera Estados Unidos. La mayoría de ellos son aeropuertos casi sin pasajeros, claro, y alguno de ellos sin aviones. Pero, eso sí, que nos quiten lo gastado en todos ellos y lo que aún nos queda por gastar.
Tras este somero repaso de nuestra creciente hipoteca en infraestructuras costosas e innecesarias, permítanme que no me alegre ya ante ningún nuevo dispendio que acabaremos por pagarlo con sangre, sudor y lágrimas.

























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