Particulares ideas sobre la nobleza
Al hablar de la nobleza me refiero a la de espíritu. De la otra, mejor
no hay más que ver hasta dónde ha sido capaz de llegar el conde de Godó,
Grande de España. O sea, ha llegado a conde y Grande. Hubo uno de esos
de sangre azul que tildó a Adolfo Suárez de advenedizo, y recibió la
respuesta adecuada. Estos tipos heredan cualquier cosa y creen que la
merecen. O sea, discurren como cualquiera que no haya tenido ganas de ir
a la escuela.
La otra nobleza, la buena, escasea en nuestros
días. No se la admira como antes puesto que no sirve para “triunfar”. Lo
de ganar mucho dinero requiere desparpajo y buenas dosis de
indiferencia hacia los demás. ¿Qué nobleza se les puede presumir a esos
que se jubilan con un saco de millones? No les importa el hambre ajena,
van a la suya. También creen que han merecido eso. O por lo menos dan a
entender que es lo que piensan.
Tembién se busca hoy en día, a
costa de lo que sea en un gran número de ocasiones, la fama, pero no al
modo en que la buscaba Don Quijote, llevando a cabo una proeza tras
otra, desfaciento entuertos sin parar, sino de un modo mucho más cutre.
Lo que importa es ser conocido, a costa de lo que sea, entre otras
cosas, para ver si por este camino se consigue mucho dinero. Ese dios
tan adorado.
Se suele decir que alguien se ha hecho a sí mismo
cuando se ha sido de la senda que parecía tener marcada en la vida, para
abrir nuevas y exitosas vías, asumiendo riesgos y poniendo grandes
dosis de voluntad. Y aquí nos hablan luego de alguien que ha llegado a
la presidencia de un banco o Comunidad Autónoma y dicen que se ha hecho a
sí mismo, y sucede que ha logrado el “éxito”, haciendo la pelota, dando
codazos y poniendo zancadillas.
A quien sea noble, o quiera
serlo, no le queda más solución que procurar que su interés práctico no
ocupe todo el espacio, sino que deje sitio para que el ideal pueda vivir
con holgura.
Al hablar de la nobleza me refiero a la de espíritu. De la otra, mejor
no hay más que ver hasta dónde ha sido capaz de llegar el conde de Godó,
Grande de España. O sea, ha llegado a conde y Grande. Hubo uno de esos
de sangre azul que tildó a Adolfo Suárez de advenedizo, y recibió la
respuesta adecuada. Estos tipos heredan cualquier cosa y creen que la
merecen. O sea, discurren como cualquiera que no haya tenido ganas de ir
a la escuela.
La otra nobleza, la buena, escasea en nuestros
días. No se la admira como antes puesto que no sirve para “triunfar”. Lo
de ganar mucho dinero requiere desparpajo y buenas dosis de
indiferencia hacia los demás. ¿Qué nobleza se les puede presumir a esos
que se jubilan con un saco de millones? No les importa el hambre ajena,
van a la suya. También creen que han merecido eso. O por lo menos dan a
entender que es lo que piensan.
Tembién se busca hoy en día, a
costa de lo que sea en un gran número de ocasiones, la fama, pero no al
modo en que la buscaba Don Quijote, llevando a cabo una proeza tras
otra, desfaciento entuertos sin parar, sino de un modo mucho más cutre.
Lo que importa es ser conocido, a costa de lo que sea, entre otras
cosas, para ver si por este camino se consigue mucho dinero. Ese dios
tan adorado.
Se suele decir que alguien se ha hecho a sí mismo
cuando se ha sido de la senda que parecía tener marcada en la vida, para
abrir nuevas y exitosas vías, asumiendo riesgos y poniendo grandes
dosis de voluntad. Y aquí nos hablan luego de alguien que ha llegado a
la presidencia de un banco o Comunidad Autónoma y dicen que se ha hecho a
sí mismo, y sucede que ha logrado el “éxito”, haciendo la pelota, dando
codazos y poniendo zancadillas.
A quien sea noble, o quiera
serlo, no le queda más solución que procurar que su interés práctico no
ocupe todo el espacio, sino que deje sitio para que el ideal pueda vivir
con holgura.

























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