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Lunes, 18 de Marzo de 2013 Tiempo de lectura:
Los culpables, como siempre, son nuestros políticos

El desastre de la enseñanza

A contracorriente

El 90 por ciento de los aspirantes a profesores en Madrid no han sido capaces de responder correctamente a preguntas que se les exigen a alumnos de 12 años. Para su tranquilidad, esos mismos alumnos también ignoran las respuestas. Así que todos se mueven en el mismo nivel de incompetencia.

La de los estudiantes se pone en evidencia periódicamente gracias a los informes PISA, realizados a adolescentes de 57 países desarrollados. Los españoles no solamente quedan en los últimos lugares, sino que de un informe a otro empeora su puesto en el ranking. Los profesores, por suerte para ellos, no sufren estas periódicas evaluaciones, que si no…

Visto lo visto, no entiendo por qué se dice que nuestros jóvenes son los más preparados de la Historia. Si acaso, resultan unos analfabetos con conocimientos, eso sí, de informática e inglés. Aunque, claro, cuando hay que conversar con finlandeses u holandeses, por poner por caso, nuestros chicos no estén a su altura.

La culpa no es suya, por supuesto. Tampoco de sus profesores, pobrecitos ellos: si han sido malos alumnos, ¿cómo podrían convertirse en buenos docentes?

Los culpables, como siempre, son nuestros políticos, quienes han hecho de la enseñanza su particular campo de batalla ideológico, con la inestimable colaboración de algunos sindicatos y asociaciones de padres. Para todos ellos, lo importante no es el aprendizaje de los chicos, sino un adoctrinamiento que les lleva que a cada cambio de Gobierno modifiquen los planes de estudios.

Para colmo, a la hora de recortar gastos, ¿dónde mejor que en una enseñanza en la que de verdad ninguno de ellos cree?

En ello, más que en otras causas, radica el gran drama del paro de los jóvenes, ya que ¿qué empleo pueden conseguir si no están suficientemente preparados para él?

En vez de hacer rimbombantes, costosos e ineficaces planes de empleo juvenil, más valdría, por consiguiente, invertir en la enseñanza, sustraerla a la perenne guerra de banderías ideológicas y dotarla del mejor profesorado posible. Así, a falta de mayores logros inmediatos, al menos no habríamos perdido la esperanza.   

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