nuestros políticos tendrían que reconocer el mal causado, repararlo y jubilar a toda una generación de políticos amortizada
Bárcenas, el listo, y los tontos
A contracorriente
Ocho ladrones, en un arriesgado atraco
con metralletas y fusiles, robaron en el aeropuerto de Bruselas hace dos
semanas diamantes por valor de 37 millones de euros. Luis Bárcenas, él
solo, llegó a atesorar en Suiza 38 millones. Obviamente, él es mucho más
listo que ellos.
Lo es, según confesión propia, porque su capital lo
consiguió, no como tesorero del PP, sino con transacciones bursátiles y
de obras de arte. Miren si será listo el hombre, que nadie en España ha
amasado una fortuna remotamente semejante con tales tejemanejes. Es
más, muchos que lo han intentado se han arruinado.
Se comprende,
entonces, que los españoles no crean que los dineros de Bárcenas hayan
sido obtenidos honestamente ni que lo hayan sido al margen de su cargo
en el Partido Popular.
El terco empecinamiento del PP en ignorar los
trapicheos internos de Bárcenas recuerda en cierto modo el retraso de la
Iglesia Católica en afrontar los casos de pederastia en su seno. Algo
que, abordado en su momento habría demostrado que se trataba de una
excepción en la conducta del clero, ha acabado por ensombrecer la tarea
evangélica de la Iglesia entera y hasta acabar con un exhausto Benedicto
XVI.
El caso Bárcenas puede resultar aun más dramático para el
Partido Popular y, por ende, para toda la clase política española. En
vez de esconder la cabeza bajo el ala, tendría que reconocer que la
corrupción —en diversos grados— ha sido una conducta extendida en las
relaciones de políticos con constructores, financieros y otras especies
afines.
De hacerlo, sí que tendrían alguna credibilidad las
nuevas normas de transparencia política que se pregonan. Si no, se
evidenciaría que son un caso más de cínica simulación y de deliberado
engaño a la sociedad.
Antes, pues, de llevarlas a cabo, nuestros
políticos tendrían que reconocer el mal causado, repararlo y jubilar a
toda una generación de políticos amortizada ya por sus manejos y por su
estupidez.
A contracorriente
Ocho ladrones, en un arriesgado atraco
con metralletas y fusiles, robaron en el aeropuerto de Bruselas hace dos
semanas diamantes por valor de 37 millones de euros. Luis Bárcenas, él
solo, llegó a atesorar en Suiza 38 millones. Obviamente, él es mucho más
listo que ellos.
Lo es, según confesión propia, porque su capital lo
consiguió, no como tesorero del PP, sino con transacciones bursátiles y
de obras de arte. Miren si será listo el hombre, que nadie en España ha
amasado una fortuna remotamente semejante con tales tejemanejes. Es
más, muchos que lo han intentado se han arruinado.
Se comprende,
entonces, que los españoles no crean que los dineros de Bárcenas hayan
sido obtenidos honestamente ni que lo hayan sido al margen de su cargo
en el Partido Popular.
El terco empecinamiento del PP en ignorar los
trapicheos internos de Bárcenas recuerda en cierto modo el retraso de la
Iglesia Católica en afrontar los casos de pederastia en su seno. Algo
que, abordado en su momento habría demostrado que se trataba de una
excepción en la conducta del clero, ha acabado por ensombrecer la tarea
evangélica de la Iglesia entera y hasta acabar con un exhausto Benedicto
XVI.
El caso Bárcenas puede resultar aun más dramático para el
Partido Popular y, por ende, para toda la clase política española. En
vez de esconder la cabeza bajo el ala, tendría que reconocer que la
corrupción —en diversos grados— ha sido una conducta extendida en las
relaciones de políticos con constructores, financieros y otras especies
afines.
De hacerlo, sí que tendrían alguna credibilidad las
nuevas normas de transparencia política que se pregonan. Si no, se
evidenciaría que son un caso más de cínica simulación y de deliberado
engaño a la sociedad.
Antes, pues, de llevarlas a cabo, nuestros
políticos tendrían que reconocer el mal causado, repararlo y jubilar a
toda una generación de políticos amortizada ya por sus manejos y por su
estupidez.
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