he manoseado una y otra vez la moneda, sin temor de ningún tipo
Una moneda
Había subido al servicio de
reprografía de la biblioteca, a que me plastificaran el carnet, y para
pagar los 70 céntimos que valía el trabajo saqué las monedas que tenía
en el bolsillo y al tomar una que supuestamente era de 50 céntimos,
resultó ser una moneda nepalí. Ignoro cómo pudo llegar a mi bolsillo.
Si
yo fuera un novelista, ahora podría idear una trama en la que un virus,
originado en alguna zona poco accesible del Nepal, viajara unido a la
moneda. La humanidad, al proceder el virus de un lugar recóndito,
carecería de defensas contra él. Por otra parte, cuando fuera a ser
detectado, ya habría infectado a un gran número de personas, por lo que
sería muy difícil de detener.
Resulta que no soy novelista y, además,
he manoseado una y otra vez la moneda, sin temor de ningún tipo. El
hecho de no sea novelista no significa que no tenga imaginación, o
capacidad de relacionar una cosas con otras. En realidad, la moneda me
ha llevado a pensar en Teresa. En aquellos lejanos tiempos en que la
veía continuamente, porque frecuentábamos los mismos sitios, yo era viejo para ella. Ahora somos de la misma edad,
o parecida, pero vive a más de 300 km de Valencia. Es decir, nuestro
trato se produce por teléfono y por correo electrónico, aunque en
ninguna de las dos modalidades es muy frecuente. Pero esa no muy
frecuente relación sí da para saber que el destino de sus vacaciones de
este año es Nepal, lugar que le interesa desde hace mucho.
He aquí
que una moneda que estaba en un lugar inadecuado me ha llevado a pensar
en la persona adecuada. Teresa, en sus buenos tiempos, era una versión
mejorada de Rita Pavone. Ya hubiera querido tener la italiana el ritmo,
la gracia y el salero de Teresa. Además, lo de
supercalifragilisticoespialidoso le salía mucho mejor. La moneda ha
pasado de mi bolsillo a mi cajón, de modo que, sin que me lo haya dado
ella, ya tengo un recuerdo suyo.
Había subido al servicio de
reprografía de la biblioteca, a que me plastificaran el carnet, y para
pagar los 70 céntimos que valía el trabajo saqué las monedas que tenía
en el bolsillo y al tomar una que supuestamente era de 50 céntimos,
resultó ser una moneda nepalí. Ignoro cómo pudo llegar a mi bolsillo.
Si
yo fuera un novelista, ahora podría idear una trama en la que un virus,
originado en alguna zona poco accesible del Nepal, viajara unido a la
moneda. La humanidad, al proceder el virus de un lugar recóndito,
carecería de defensas contra él. Por otra parte, cuando fuera a ser
detectado, ya habría infectado a un gran número de personas, por lo que
sería muy difícil de detener.
Resulta que no soy novelista y, además,
he manoseado una y otra vez la moneda, sin temor de ningún tipo. El
hecho de no sea novelista no significa que no tenga imaginación, o
capacidad de relacionar una cosas con otras. En realidad, la moneda me
ha llevado a pensar en Teresa. En aquellos lejanos tiempos en que la
veía continuamente, porque frecuentábamos los mismos sitios, yo era viejo para ella. Ahora somos de la misma edad,
o parecida, pero vive a más de 300 km de Valencia. Es decir, nuestro
trato se produce por teléfono y por correo electrónico, aunque en
ninguna de las dos modalidades es muy frecuente. Pero esa no muy
frecuente relación sí da para saber que el destino de sus vacaciones de
este año es Nepal, lugar que le interesa desde hace mucho.
He aquí
que una moneda que estaba en un lugar inadecuado me ha llevado a pensar
en la persona adecuada. Teresa, en sus buenos tiempos, era una versión
mejorada de Rita Pavone. Ya hubiera querido tener la italiana el ritmo,
la gracia y el salero de Teresa. Además, lo de
supercalifragilisticoespialidoso le salía mucho mejor. La moneda ha
pasado de mi bolsillo a mi cajón, de modo que, sin que me lo haya dado
ella, ya tengo un recuerdo suyo.

























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