Leonor Vallés, el alma de El Refugio: 50 años de amor, servicio y memoria viva de Moraira
Leonor Vallés, en una de las mesas de El Refugio, el lugar donde ha entregado su vida durante medio siglo. “Mis clientes han sido mi familia”, asegura.
La historia de una mujer que ha dedicado su vida entera a los demás, entre fogones, recuerdos y sonrisas. Leonor Vallés, 79 años, sigue cada día al frente de su restaurante, como lo ha hecho durante medio siglo. “Esto me ha dado la vida”, confiesa.
Si alguien busca la esencia de Moraira, no la encontrará en un mapa, ni en una guía turística. La encontrará tras las puertas del restaurante El Refugio, eso sí, preguntando por Leonor. Porque allí sigue ella, a sus 79 años, recibiendo con la misma ternura de siempre a quien se sienta a su mesa.
Leonor Vallés García, nacida el 4 de enero de 1946 en el Portet de Moraira, lleva 66 años trabajando sin descanso y los últimos 50 al frente de su restaurante, sin apenas pensar en ella. “El ‘no’ no existe en mi persona”, dice con una firmeza serena, de quien ha vivido para los demás. “Siempre he dicho sí a quien ha venido a mí”.
El Refugio no es solo un restaurante. Es un lugar de memoria, de historias cruzadas, de generaciones que han crecido alrededor de sus platos. Es una casa viva, tejida por los hilos de la entrega incondicional de Leonor.
Allí han crecido sus hijos, sus nietos, sus clientes. Porque como ella misma dice, “mis clientes han sido mi familia. Muchos venían como comensales y han acabado siendo parte de mi vida, como si fueran de casa”.
Juan Vallés Llobell al que todos conocen como Pomero, es su marido, su compañero de vida y de negocio. Juntos levantaron este rincón que hoy forma parte del imaginario sentimental del pueblo.
![[Img #43220]](https://teuladamorairadigital.es/upload/images/07_2025/3168_leonor-valles-restaurante-el-refugio-en-moraira-2.jpg)
“Este restaurante me ha dado la vida”, afirma sin dudar Leonor. “Lo llevo en la sangre”. Y esa misma vida la ha compartido con cada persona que ha pasado por su puerta, sin pedir nunca nada a cambio.
A lo largo de la entrevista, Leonor repite un pensamiento que la define por completo: “No cambiaría nada de lo vivido hasta ahora. Me quedaría como estoy. Con lo que tengo y con lo que quiero. Nunca he sido de ambicionar más. Acepto la vida tal como es”.
El Refugio ha visto pasar medio siglo de historia de Moraira, pero también de Europa. “He conocido a niños que venían con sus padres desde Inglaterra o Francia al restaurante con apenas pocos meses y ahora, medio siglo después, vienen con sus hijos o nietos. Me llaman la abuelita de España. Y eso te da vida”.
A pesar de todo, de las dificultades, del cansancio, de la dureza de la hostelería, Leonor sigue. Sus hijos —Gema, Isabel y Antonio— la acompañan. Pero el peso de tantos años se nota, y el relevo generacional se complica. “Mis nietos tienen su vida, sus caminos. Algún día quizá tengamos que vender o alquilar”.
“Pero si algún día tengo que dejar esto, sé que perdería una parte de mí”, dice con una sinceridad que estremece. Porque, aunque sueñe con descansar, ella sabe que su vida está allí, donde la gente entra preguntando “¿está Leonor?” más que “¿hay mesa para comer?”.
Su mensaje final no busca adornos: “Que lo que me quede de vida tenga salud. Y lo que venga, bienvenido sea”.
Leonor Vallés es, sin duda, más que la historia de una mujer. Es la memoria encarnada de un pueblo. El alma de una calle. El refugio de muchas vidas.

Si alguien busca la esencia de Moraira, no la encontrará en un mapa, ni en una guía turística. La encontrará tras las puertas del restaurante El Refugio, eso sí, preguntando por Leonor. Porque allí sigue ella, a sus 79 años, recibiendo con la misma ternura de siempre a quien se sienta a su mesa.
Leonor Vallés García, nacida el 4 de enero de 1946 en el Portet de Moraira, lleva 66 años trabajando sin descanso y los últimos 50 al frente de su restaurante, sin apenas pensar en ella. “El ‘no’ no existe en mi persona”, dice con una firmeza serena, de quien ha vivido para los demás. “Siempre he dicho sí a quien ha venido a mí”.
El Refugio no es solo un restaurante. Es un lugar de memoria, de historias cruzadas, de generaciones que han crecido alrededor de sus platos. Es una casa viva, tejida por los hilos de la entrega incondicional de Leonor.
Allí han crecido sus hijos, sus nietos, sus clientes. Porque como ella misma dice, “mis clientes han sido mi familia. Muchos venían como comensales y han acabado siendo parte de mi vida, como si fueran de casa”.
Juan Vallés Llobell al que todos conocen como Pomero, es su marido, su compañero de vida y de negocio. Juntos levantaron este rincón que hoy forma parte del imaginario sentimental del pueblo.
“Este restaurante me ha dado la vida”, afirma sin dudar Leonor. “Lo llevo en la sangre”. Y esa misma vida la ha compartido con cada persona que ha pasado por su puerta, sin pedir nunca nada a cambio.
A lo largo de la entrevista, Leonor repite un pensamiento que la define por completo: “No cambiaría nada de lo vivido hasta ahora. Me quedaría como estoy. Con lo que tengo y con lo que quiero. Nunca he sido de ambicionar más. Acepto la vida tal como es”.
El Refugio ha visto pasar medio siglo de historia de Moraira, pero también de Europa. “He conocido a niños que venían con sus padres desde Inglaterra o Francia al restaurante con apenas pocos meses y ahora, medio siglo después, vienen con sus hijos o nietos. Me llaman la abuelita de España. Y eso te da vida”.
A pesar de todo, de las dificultades, del cansancio, de la dureza de la hostelería, Leonor sigue. Sus hijos —Gema, Isabel y Antonio— la acompañan. Pero el peso de tantos años se nota, y el relevo generacional se complica. “Mis nietos tienen su vida, sus caminos. Algún día quizá tengamos que vender o alquilar”.
“Pero si algún día tengo que dejar esto, sé que perdería una parte de mí”, dice con una sinceridad que estremece. Porque, aunque sueñe con descansar, ella sabe que su vida está allí, donde la gente entra preguntando “¿está Leonor?” más que “¿hay mesa para comer?”.
Su mensaje final no busca adornos: “Que lo que me quede de vida tenga salud. Y lo que venga, bienvenido sea”.
Leonor Vallés es, sin duda, más que la historia de una mujer. Es la memoria encarnada de un pueblo. El alma de una calle. El refugio de muchas vidas.
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