Noticias de Teulada Moraira
Juan y Wail: 25 veranos sirviendo sonrisas en el Cap d’Or de Moraira
En un rincón privilegiado de la costa mediterránea, donde el mar roza las terrazas y el turismo estival marca el pulso del calendario, dos camareros han convertido su oficio en una lección de vida. Juan Coleto y Wail El Maziny llevan un cuarto de siglo trabajando en el mismo lugar: el restaurante Cap d’Or de Moraira. Su historia es, sin ninguna duda, un testimonio de fidelidad y conexión con quienes cada año regresan a sentarse en sus mesas.
Juan Coleto, cordobés de 59 años y natural de la comarca de Los Pedroches, llegó a Moraira gracias a un amigo Guardia Civil. Nunca antes había sido camarero, pero lleva ya 26 años sirviendo con una sonrisa en el Cap d’Or. “Aquí ha pasado de todo: momentos duros, menos duros, más aburridos, menos…”, recuerda entre risas. “Pero si algo me quedo de estos años es con la humanidad de la gente. Hay clientes que se convierten en amigos. Algunos venían con niños pequeños y ahora esos niños traen a sus propios hijos”.
Juan destaca que para mantenerse tanto tiempo en la hostelería “hay que amar mucho el trabajo”. Y aunque no niega que la vida de camarero es dura, encuentra motivación en el reconocimiento de quienes, año tras año, valoran su esfuerzo: “Uno sigue porque hay quien dice: este chico tiene que ser bueno para llevar aquí tanto tiempo. Eso te llena”.
![[Img #43201]](https://teuladamorairadigital.es/upload/images/07_2025/2692_2camareros-cap-dor.jpg)
Por su parte, Wail El Maziny, de 49 años y originario de Marruecos, suma también 25 años en el Cap d’Or, tras su paso inicial por otro restaurante del Portet. Llegó buscando oportunidades y acabó formando una familia en Moraira: “Aquí he encontrado la mejor mujer y los mejores jefes. Estamos como en una familia. Mis hijos han nacido aquí y este pueblo ya es mi vida”.
En sus palabras se entremezclan anécdotas cotidianas y gestos que rozan lo extraordinario. Como aquel cliente que, tras ser víctima de un robo en el mercadillo, fue invitado por Wail a comer sin pagar. “Volvió más tarde y me devolvió el dinero. Esas cosas te marcan”, comenta. O el turista que, al no encontrar taxi, fue llevado personalmente por Wail a su chalet. Días después, el cliente volvió con las llaves de su casa: “Me dijo: usa mi piscina cuando quieras con tus hijos”.
Ambos coinciden en que la clave está en cuidar al cliente como si fuera de la casa. “Este trabajo hay que hacerlo como si el negocio fuera tuyo”, afirma Wail, quien asegura no haber pedido una sola baja en 25 años.
A pie de calle, con la brisa marina como compañera, Juan y Wail han sido testigos del paso del tiempo en Moraira: del auge turístico a los veranos más tranquilos, de los rostros nuevos a los que vuelven con nostalgia cada año. Ellos no solo han servido platos y bebidas, han ofrecido confianza, cercanía y memoria viva de un pueblo que se transforma cada temporada sin perder su esencia.

En un rincón privilegiado de la costa mediterránea, donde el mar roza las terrazas y el turismo estival marca el pulso del calendario, dos camareros han convertido su oficio en una lección de vida. Juan Coleto y Wail El Maziny llevan un cuarto de siglo trabajando en el mismo lugar: el restaurante Cap d’Or de Moraira. Su historia es, sin ninguna duda, un testimonio de fidelidad y conexión con quienes cada año regresan a sentarse en sus mesas.
Juan Coleto, cordobés de 59 años y natural de la comarca de Los Pedroches, llegó a Moraira gracias a un amigo Guardia Civil. Nunca antes había sido camarero, pero lleva ya 26 años sirviendo con una sonrisa en el Cap d’Or. “Aquí ha pasado de todo: momentos duros, menos duros, más aburridos, menos…”, recuerda entre risas. “Pero si algo me quedo de estos años es con la humanidad de la gente. Hay clientes que se convierten en amigos. Algunos venían con niños pequeños y ahora esos niños traen a sus propios hijos”.
Juan destaca que para mantenerse tanto tiempo en la hostelería “hay que amar mucho el trabajo”. Y aunque no niega que la vida de camarero es dura, encuentra motivación en el reconocimiento de quienes, año tras año, valoran su esfuerzo: “Uno sigue porque hay quien dice: este chico tiene que ser bueno para llevar aquí tanto tiempo. Eso te llena”.
Por su parte, Wail El Maziny, de 49 años y originario de Marruecos, suma también 25 años en el Cap d’Or, tras su paso inicial por otro restaurante del Portet. Llegó buscando oportunidades y acabó formando una familia en Moraira: “Aquí he encontrado la mejor mujer y los mejores jefes. Estamos como en una familia. Mis hijos han nacido aquí y este pueblo ya es mi vida”.
En sus palabras se entremezclan anécdotas cotidianas y gestos que rozan lo extraordinario. Como aquel cliente que, tras ser víctima de un robo en el mercadillo, fue invitado por Wail a comer sin pagar. “Volvió más tarde y me devolvió el dinero. Esas cosas te marcan”, comenta. O el turista que, al no encontrar taxi, fue llevado personalmente por Wail a su chalet. Días después, el cliente volvió con las llaves de su casa: “Me dijo: usa mi piscina cuando quieras con tus hijos”.
Ambos coinciden en que la clave está en cuidar al cliente como si fuera de la casa. “Este trabajo hay que hacerlo como si el negocio fuera tuyo”, afirma Wail, quien asegura no haber pedido una sola baja en 25 años.
A pie de calle, con la brisa marina como compañera, Juan y Wail han sido testigos del paso del tiempo en Moraira: del auge turístico a los veranos más tranquilos, de los rostros nuevos a los que vuelven con nostalgia cada año. Ellos no solo han servido platos y bebidas, han ofrecido confianza, cercanía y memoria viva de un pueblo que se transforma cada temporada sin perder su esencia.
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