Editorial
Arte en la basura
Andaba yo esta semana por el callejero de Teulada por motivos de trabajo, sumergido en el ajetreo de las tareas cotidianas, cuando algo en una calle cercana a la 'ciudad deportiva' llamó mi atención. Un grupo de contenedores de basura se alineaban de manera humilde y poco digna en el acerado, y en medio de ellos, allí estaba, un objeto fuera de lugar, tan sorprendente que parecía una intervención surrealista en el paisaje urbano.
Era un cuadro, de grandes dimensiones y apoyado con un aire despreocupado en el iglú de cristal. A medida que me acercaba, fui descifrando la representación artística, un bodegón o naturaleza muerta. A pesar de la incongruencia de su ubicación, la obra de arte irradiaba una serenidad, un bienestar y una armonía que se podían palpar en la acertada mezcla de diseño, cromatismo y la iluminación cuidadosamente representada en el lienzo.
Mirando el cuadro, me acordé de una estrofa de Gustavo Adolfo Bécquer que siempre me había conmovido: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! Y aunque no es estrictamente aplicable, sentí una pizca de la soledad del cuadro, abandonado y dejado a su suerte entre residuos y objetos desechados.
![[Img #39183]](https://teuladamorairadigital.es/upload/images/07_2023/2015_bodegon-en-la-basura-1.jpg)
Un pensamiento me asaltó: este cuadro no merecía terminar aquí. Alguien, un alma samaritana, debería llevarlo a un hogar nuevo, un lugar donde su belleza pudiera ser apreciada y amada como se merece. A pesar de su contexto actual, el cuadro estaba en perfectas condiciones, lo que me hizo reflexionar aún más sobre la frivolidad de su abandono.
Me aparté, sintiendo la llamada de mis obligaciones laborales. Pero el cuadro quedó grabado en mi mente, y una parte de mí lamentó no haberlo "adoptado". Pensé incluso en llevarlo a una tienda de segunda mano, donde seguramente hubiera sido bienvenido y alguien hubiera valorado esta obra de arte que otros habían descartado.
No obstante, mi deber me llamaba, y seguí mi camino, pero no sin antes capturar una imagen del cuadro con mi teléfono, para recordar ese momento y esa mezcla de tristeza y esperanza que me había provocado.
Dos horas más tarde, volví a pasar por la misma vía. Para mi alivio, el cuadro había desaparecido. Quiero pensar que no fue obra del servicio de limpieza, sino que alguien se lo había llevado. Me gustaría imaginar que el bodegón ahora adorna un hogar, recibiendo la admiración y el amor que merece.
Dondequiera que esté ahora, espero que brille con una luz nueva y sea apreciado por su verdadero valor. Porque cada obra de arte merece una segunda oportunidad, y quizás, a su manera, cada uno de nosotros también.
Vicente Bolufer

Andaba yo esta semana por el callejero de Teulada por motivos de trabajo, sumergido en el ajetreo de las tareas cotidianas, cuando algo en una calle cercana a la 'ciudad deportiva' llamó mi atención. Un grupo de contenedores de basura se alineaban de manera humilde y poco digna en el acerado, y en medio de ellos, allí estaba, un objeto fuera de lugar, tan sorprendente que parecía una intervención surrealista en el paisaje urbano.
Era un cuadro, de grandes dimensiones y apoyado con un aire despreocupado en el iglú de cristal. A medida que me acercaba, fui descifrando la representación artística, un bodegón o naturaleza muerta. A pesar de la incongruencia de su ubicación, la obra de arte irradiaba una serenidad, un bienestar y una armonía que se podían palpar en la acertada mezcla de diseño, cromatismo y la iluminación cuidadosamente representada en el lienzo.
Mirando el cuadro, me acordé de una estrofa de Gustavo Adolfo Bécquer que siempre me había conmovido: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! Y aunque no es estrictamente aplicable, sentí una pizca de la soledad del cuadro, abandonado y dejado a su suerte entre residuos y objetos desechados.
Un pensamiento me asaltó: este cuadro no merecía terminar aquí. Alguien, un alma samaritana, debería llevarlo a un hogar nuevo, un lugar donde su belleza pudiera ser apreciada y amada como se merece. A pesar de su contexto actual, el cuadro estaba en perfectas condiciones, lo que me hizo reflexionar aún más sobre la frivolidad de su abandono.
Me aparté, sintiendo la llamada de mis obligaciones laborales. Pero el cuadro quedó grabado en mi mente, y una parte de mí lamentó no haberlo "adoptado". Pensé incluso en llevarlo a una tienda de segunda mano, donde seguramente hubiera sido bienvenido y alguien hubiera valorado esta obra de arte que otros habían descartado.
No obstante, mi deber me llamaba, y seguí mi camino, pero no sin antes capturar una imagen del cuadro con mi teléfono, para recordar ese momento y esa mezcla de tristeza y esperanza que me había provocado.
Dos horas más tarde, volví a pasar por la misma vía. Para mi alivio, el cuadro había desaparecido. Quiero pensar que no fue obra del servicio de limpieza, sino que alguien se lo había llevado. Me gustaría imaginar que el bodegón ahora adorna un hogar, recibiendo la admiración y el amor que merece.
Dondequiera que esté ahora, espero que brille con una luz nueva y sea apreciado por su verdadero valor. Porque cada obra de arte merece una segunda oportunidad, y quizás, a su manera, cada uno de nosotros también.
Vicente Bolufer
Alan | Lunes, 24 de Julio de 2023 a las 16:30:59 horas
¿Quién decide si algo es arte o no? Hay muchos cuadros que son basura y puede que su propietario fuera alguien que entiende de arte y lo dejó en el lugar que le corresponde.
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