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Vicente Bolufer
Viernes, 14 de Julio de 2023 Tiempo de lectura:

Una odisea en dos ruedas: la épica travesía de Pedro Mª Samper por Europa en 1979 con su Yamaha XJ 900

Sumérgete en una época en la que la aventura estaba a la vuelta de cada esquina y los viajes eran tan emocionantes como inciertos. En 1979, cuando el mundo era un lugar muy diferente al que conocemos hoy, Pedro Mª Samper y su compañera Rosa se embarcaron en una extraordinaria travesía de 18,000 kilómetros a través de Europa en motocicleta.

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En esta crónica exclusiva, Pedro relata su fascinante viaje por siete países, intercambiando nueve monedas diferentes y explorando destinos sin la ayuda de GPS, internet o móviles. Una odisea llena de desafíos, descubrimientos y encuentros inolvidables.

 

Desde atravesar una lluvia torrencial en Valencia hasta un tenso encuentro a punta de escopeta en una gasolinera yugoslava, cada parada de su viaje trae consigo una nueva aventura. Encontraron camaradería en los lugares más insospechados, desafiaron las adversidades y volvieron a casa con historias que han resistido el paso del tiempo.

 

Con su narrativa absorbente y detallada, Pedro nos invita a subir a su motocicleta y acompañarlo en esta asombrosa travesía, dando vida a los lugares, personas y sucesos que encontraron en su camino. Esta es una historia de coraje, resistencia y, sobre todo, del espíritu incansable de los verdaderos “moteros”.

 

Pongan atención a esta apasionante historia y prepárense para un viaje al pasado que les dejará con ganas de más.

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Intentaré describir una de mis aventuras sobre dos ruedas, es decir, en una moto. Actualmente tengo 66 años y mi primera moto grande la tuve con 17 años. Era una brillante Motobi tetracilíndrica con cuatro escapes relucientes en acero inoxidable y su poderío con cuatro cilindros en línea de 500 cc. Creo que fui uno de los pioneros en fomentar la ilusión de viajar en moto en todas las épocas del año. De hecho, fui fundador del Club Motociclista “El Chercol” de Benissa, en el cual llegamos a ser más de 100 socios que asistíamos a grandes premios nacionales e internacionales. Aquí en España solo estaba Jarama, luego fue el circuito en un polígono en Sevilla, después las carreras en la ciudad de Cullera y, más tarde, Jerez, Montmeló, etc.

 

Me considero de Moraira pues allí vivió mi familia hasta su muerte y luego yo dejé físicamente el pueblo, pero nunca el espíritu ni mis amigos y conocidos de Teulada -Moraira. También fui el organizador de las ediciones de concentración moteras en Moraira allá por los años 78/79 y 80. Bueno, voy a centrarme en el viaje aventura en el año 1979. Para poner en contexto a todos los que me leéis:

 

No existía internet, ni teléfonos móviles, ni moneda única, entre otras muchas cosas. Tampoco existían las motos como las de hoy en día, ni equipos y vestimentas para largos viajes.

 

En aquella fecha, yo estaba casado con Rosa Ivars Tur, a quien la gran mayoría de vosotros conoceréis. Se aficionó a las motos ya que no tenía otra alternativa. En agosto de 1979 programé un gran viaje saliendo desde Moraira, pasando por Francia, Italia, Austria, Hungría, Yugoslavia, Grecia y luego regreso. Mi moto recién comprada era una Yamaha XJ 900 con transmisión cardánica. La equipé con una nueva cúpula más alta y maletas e instalé, creo yo, el primer aparato de radiocasete en una moto (¡qué tiempos!).

 

En septiembre del mismo año y una vez el viaje perfectamente planeado, con hoteles reservados en algunos lugares y en otros no, lugares a visitar, pasaportes en regla y carta verde obligatoria, cargamos a tope: es decir, 2 maletas laterales, un cofre, y una bolsa doble en el depósito de gasolina, para poder poner documentos y, claro, un mapa, pero de papel. No había GPS como hoy; en el mapa de toda Europa estaba trazada con rotulador la ruta a seguir.

 

Salimos con un tiempo infernal, lloviendo. Nuestros trajes de agua eran como los que utilizan los pescadores, el mío verde y el de Rosa amarillo. Debajo, unos trajes de cuero de aquella época, es decir, sin protección de caídas.

 

Al llegar a Valencia nos dimos cuenta de que la cantidad de agua no era normal, claro, estábamos en plena gota fría que llovió torrencialmente en toda la Comunidad Valenciana, Murcia y Cataluña. Bueno, sin parar y despacio por la autopista de pago, sí, de pago ya en esa época estaba la AP 7, agua hasta los cilindros de la moto y sin parar hasta la frontera con Francia. Allí, al parar en un área de servicio vimos por las noticias (solo había TV1 y la 2), nos dimos cuenta de que habíamos atravesado la gota fría con lluvias torrenciales. Decidimos llamar a mis padres en Moraira para tranquilizarlos.

 

Una vez en la frontera, cambiamos nuestras pesetas, sí, pesetas por francos, atravesamos Francia por el sur hasta llegar a Ventimiglia, frontera con Italia. Allí, tras cruzar cientos de viaductos con ráfagas de aire que me hacían conducir solo por el centro, pudimos pasar, cambiamos de divisa a liras italianas.

 

Paramos a descansar a unos 100 km de la frontera con Italia en un hotel. A la mañana siguiente, después del desayuno, proseguimos el viaje hacia Austria hasta llegar a Viena. En la frontera nuevamente tuvimos que cambiar pesetas por chelines austriacos. Nos quedamos en Viena en un fabuloso hotel y visitamos toda la ciudad, incluida la escuela de caballos Lipizanos españoles.

 

Desde allí, cruzamos hasta llegar a la frontera con Hungría, donde tuvimos nuevamente que realizar cambio de moneda a forint, que era su moneda. Aquí estuvimos 3 días, también en un buen hotel, visitamos toda la ciudad de Budapest con una guía privada que hablaba muy bien español. La ciudad es preciosa y su gente muy amable. No estaba tan bonita como hoy en día, ya que se veían muchos vestigios de la II Guerra Mundial y también de los tiempos soviéticos tras la ocupación.

 

Nuestro viaje continuaba a la parte más desconocida y peligrosa: Yugoslavia, en plena dictadura de Tito y además ocupada por los soviéticos de la URSS. Aquí, solamente cruzar la frontera era de terror: cañones, metralletas en las colinas, alambres espinosos, etc. Fuimos retenidos en la frontera yugoslava durante 6 o 7 horas, no recuerdo bien.

 

Tuvimos que dejar la cámara de fotos pues estaba prohibido entrar con cámaras. Bueno, al final, después de mirar y remirar y volver a mirar la moto, las pertenencias, los pasaportes, me preguntan por enésima vez de dónde éramos y les dije que de España. Pero no sabían bien dónde estaba eso. Al final, un policía dijo “Real Madrid”, ¡jolines, sonó a gloria! Y es que un yugoslavo jugaba en el Madrid de esa época. No soy futbolero, pero creo que era un tal Stojkovic.

 

Bueno, tras darnos acceso y devolvernos los pasaportes, nos obligaron a cambiar travelers cheques en dólares que llevábamos por su devaluada moneda sin valor alguno llamada dinars, además de hacerme comprar cupones por el racionamiento de gasolina que había en el país.

 

Llegamos a la capital y nos alojamos en el hotel más lujoso de la ciudad, el Hotel Yugoslavia, grande a la soviética, todo en mármol y junto al Danubio. Al llegar y tras el check-in, salieron unas 20 personas a ver la moto. Era algo excepcional para ellos; allí la moto más grande era una Wurz de 125 cc.

 

Bueno, en el hotel habría unas 200 habitaciones. Solo éramos dos parejas: nosotros y un matrimonio de Barcelona, con el cual hicimos amistad. Como había toque de queda a partir de las 5 de la tarde, no podíamos salir del hotel y, curiosamente, había un casino.

 

Allí íbamos para matar el tiempo y, curiosamente, podías apostar en dólares americanos o travelers cheques en dólares estadounidenses, no en su moneda. Eso sí, si ganabas te pagaban en dinares.

 

La ciudad estaba tomada por los soviéticos, por lo que decidimos solo quedarnos 2 días. Empaquetamos y proseguimos viaje rumbo a Grecia, 900 km de carretera con adoquines que hizo Hitler y continuaba igual, excepto llena de convoyes del ejército ruso que tenían kilómetros de longitud. Al adelantarles, todos nos saludaban, sorprendidos por la moto y su tamaño, claro.

 

Nos pararon por exceso de velocidad unas 10 veces y tuvimos que pagar con los malditos cupones de racionamiento. La Yugoslavia que conocimos no se la recomiendo a nadie y menos la zona más sur. El odio en las caras de la gente era palpable; mucha miseria.

 

Paramos a comer en una especie de nave restaurante donde paraban los camiones, pedimos lo que vimos comer: una especie de guisado con carne y patatas.

 

A unos 100 km antes de la frontera con Grecia (Tesalónica), nos quedamos sin gasolina. Puse reserva y continuamos unos km más, vi una gasolinera y entré a repostar. Eran las 3 de la tarde más o menos, no servían gasolina pues el hombre de la gasolinera estaba haciendo la siesta, que, en esa zona, que es musulmana, se ve que es sagrado. Al cabo de un rato, se levantó el señor y le pido que llene el depósito.

 

El hombre lo llena y me pide los cupones. Desgraciadamente, no me quedaban cupones, pero llevaba marcos alemanes y dólares americanos. Medio hablando alemán, me dice que le entregue los cupones y yo le respondo que no tengo, si le puedo pagar con dólares estadounidenses. Al oír esto, se va a una caseta, saca una escopeta y nos apunta diciendo algo en yugoslavo y luego en alemán que traducido fue: “¡Cerdos capitalistas, os voy a matar!”

 

Aquí obró el milagro. Un amigo mío me había dicho hace tiempo que, si alguna vez viajas a Yugoslavia, no se te olvide llevar siempre un cartón de tabaco Winston americano y una o dos botellas de coñac Soberano, te salvarán de algún apuro.

 

Dios mío, sí que me salvaron. Le pido por favor en alemán si puedo abrir el cofre y el señor me contesta afirmativamente. Rebusco y saco una botella de coñac Soberano que llevaba y la levanto para enseñársela. Se hizo el milagro: al ver la botella, sus pupilas cambiaron. Se las di, junto a un cartón de Winston que llevaba. Salimos zumbando hacia Tesalónica.

 

Al cruzar la frontera y como hacen los Papas, besé el suelo y juré no volver a ese país. Años más tarde comenzó la guerra civil; era de esperar.

 

Llegamos a Grecia, hicimos el cambio de divisas a dracmas, la moneda griega, y continuamos hasta Atenas, la capital. Nos hospedamos en un hotel que, según la guía, era bueno. Según nosotros, era lo que había. Menos mal que contaba con un aparato de aire acondicionado, ya que en Atenas hace en septiembre muchísimo calor, más que aquí y por las noches no bajaba de 30 grados la temperatura.

 

Visitamos muchos sitios y los principales monumentos, comimos buena comida griega y disfrutamos del mar, calmado y cristalino.

 

Como anécdota, os diré que por esos años era normal que le pellizcaran el trasero a una mujer y a Rosa le pellizcaron. Otra curiosidad que no sabíamos es que los taxis eran compartidos. Es decir, hacías parar a uno y en el viaje él iba parando hasta llenar el coche.

 

Estuvimos 5 días, hasta regresar en crucero desde Atenas hasta Rímini, lo que duró 2 noches. Desde allí, volvimos por Francia hasta la llegada nuevamente a Moraira.

 

Fueron unos 18.000 km en unos 21 días, sin GPS, ni móviles, ni internet, y utilizando 7 monedas distintas más los dólares y los marcos alemanes, en total 9 monedas.

 

No fue nuestro único viaje, pero sí el más largo en kilómetros y el más peligroso por haber cruzado Yugoslavia en esa difícil época.

 

Pedro Mª Samper

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