Opinión ciudadana
Altea: Donde las sonrisas son el pasaporte al encanto del pasado y la hospitalidad del presente
Sonrisas contagiosas: La magia invisible de Altea que conquista los corazones de los visitantes
Fue este pasado domingo soleado cuando mi familia y yo decidimos visitar el casco antiguo de Altea, un espacio histórico majestuoso y evocador, lleno de encanto y perfectamente conservado. El blanco inmaculado de sus fachadas y calles adoquinadas nos transportó a épocas de antaño, invitándonos a perder la noción del tiempo mientras recorríamos sus angostas y serpenteantes calles.
El primer contacto que tuvimos en Altea fue con las sonrisas. Altea, más que un lugar, es su gente. Aquellos que atienden y trabajan en los comercios y restaurantes, aquellos que han entendido que el turismo no es solo un negocio, sino también una forma de proyectar su identidad al mundo. Las sonrisas y el trato cordial se han convertido en su sello de identidad, en un valioso recurso turístico que los distingue y enriquece.
Recuerdo que almorzamos en la Pizzería Stromboli, un lugar ya conocido por nosotros, y su atención nos hizo sentir como en casa. Pero mi historia hoy se centra en otro lugar, un espacio que, sin conocerlo, me robó el corazón: el Restaurante Pizzería l'Obrador de Altea.
Después del almuerzo, continuamos nuestro paseo y nos encontramos con este rincón mágico. Cuando pasamos junto a su terraza, el trato amable y genuino que nos ofreció el personal, sus sonrisas radiantes y la atmósfera alegre del lugar nos cautivaron. No necesitaron más que su carisma y su esencia para convencernos de que, en nuestra próxima visita, sin lugar a dudas, degustaríamos sus delicias culinarias.
Minutos más tarde durante el paseo por el casco histórico, me asaltó una sensación de envidia, pero no del tipo que corroe, sino de la que te inspira y te impulsa a mejorar. Pensaba en cuántos lugares podrían beneficiarse de este tipo de atención al cliente, de esta empatía y de esta alegría contagiosa. Estaba tan maravillado que volví a l'Obrador, esta vez para tomar una foto de recuerdo y prometerles que, en mi próxima visita, serían ellos los encargados de deleitarnos con su cocina.
Quizás alguien se pregunte el porqué de este escrito. En realidad, la respuesta es sencilla. Espero que esta experiencia sirva como un llamado a todos los que, de una forma u otra, interactúan con el público, a todos los que tienen la capacidad de transformar un día ordinario en uno extraordinario. Los detalles importan, las sonrisas importan. En Altea, aprendí que el mejor activo de un lugar no es su arquitectura ni su historia (por aquello del casco antiguo), sino su gente y su capacidad para hacerte sentir bienvenido y querido. Esa es la verdadera magia de Altea, y de ella nace mi envidia sana.
Vicente Bolufer

Fue este pasado domingo soleado cuando mi familia y yo decidimos visitar el casco antiguo de Altea, un espacio histórico majestuoso y evocador, lleno de encanto y perfectamente conservado. El blanco inmaculado de sus fachadas y calles adoquinadas nos transportó a épocas de antaño, invitándonos a perder la noción del tiempo mientras recorríamos sus angostas y serpenteantes calles.
El primer contacto que tuvimos en Altea fue con las sonrisas. Altea, más que un lugar, es su gente. Aquellos que atienden y trabajan en los comercios y restaurantes, aquellos que han entendido que el turismo no es solo un negocio, sino también una forma de proyectar su identidad al mundo. Las sonrisas y el trato cordial se han convertido en su sello de identidad, en un valioso recurso turístico que los distingue y enriquece.
Recuerdo que almorzamos en la Pizzería Stromboli, un lugar ya conocido por nosotros, y su atención nos hizo sentir como en casa. Pero mi historia hoy se centra en otro lugar, un espacio que, sin conocerlo, me robó el corazón: el Restaurante Pizzería l'Obrador de Altea.
Después del almuerzo, continuamos nuestro paseo y nos encontramos con este rincón mágico. Cuando pasamos junto a su terraza, el trato amable y genuino que nos ofreció el personal, sus sonrisas radiantes y la atmósfera alegre del lugar nos cautivaron. No necesitaron más que su carisma y su esencia para convencernos de que, en nuestra próxima visita, sin lugar a dudas, degustaríamos sus delicias culinarias.
Minutos más tarde durante el paseo por el casco histórico, me asaltó una sensación de envidia, pero no del tipo que corroe, sino de la que te inspira y te impulsa a mejorar. Pensaba en cuántos lugares podrían beneficiarse de este tipo de atención al cliente, de esta empatía y de esta alegría contagiosa. Estaba tan maravillado que volví a l'Obrador, esta vez para tomar una foto de recuerdo y prometerles que, en mi próxima visita, serían ellos los encargados de deleitarnos con su cocina.
Quizás alguien se pregunte el porqué de este escrito. En realidad, la respuesta es sencilla. Espero que esta experiencia sirva como un llamado a todos los que, de una forma u otra, interactúan con el público, a todos los que tienen la capacidad de transformar un día ordinario en uno extraordinario. Los detalles importan, las sonrisas importan. En Altea, aprendí que el mejor activo de un lugar no es su arquitectura ni su historia (por aquello del casco antiguo), sino su gente y su capacidad para hacerte sentir bienvenido y querido. Esa es la verdadera magia de Altea, y de ella nace mi envidia sana.
Vicente Bolufer
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