La desgarradora belleza de resurgir tras la tragedia: cara a cara entre Gigantes de Sal
Anoche, en la explanada del Castillo de Moraira, se vivió la recreación de una alegoría donde, la tragedia y el dolor colectivo, dejaron paso a una etapa de resurgimiento y de esperanza
![[Img #35857]](https://teuladamorairadigital.es/upload/images/09_2022/3275_gigantes-de-sal-3.jpg)
El monumental Gigante de Sal, una exquisita obra de arte expuesta en la explanada del Castillo de Moraira, creación de los escultores Coderch y Malavia, se confrontó con la fuente de su inspiración. Por primera vez, frente a la obra, el bailarín costarricense, Fred Herrera, junto al saxofonista, Javier Valero, exhibieron un espectáculo de gran belleza que ha hecho posible descubrir a través de una exquisita coreografía un “cara a cara entre el bronce y la sangre”.
El Gigante Rojo de sangre da vida al Gigante Azul de fría aleación de bronce, a través de una trama que rememora esos gigantes arcaicos de tiempos primordiales que habitan en las leyendas japonesas. La música del saxofón, escrita y recreada por Valero -todo hay que decirlo-, maravillosa a lo largo de toda la actuación, permite la creación de un espacio profundo y mágico en el que se logra transmitir la fuerza de la historia que en ese momento se narra.
![[Img #35856]](https://teuladamorairadigital.es/upload/images/09_2022/3599_gigantes-de-sal-2.jpg)
Y por supuesto, grandiosa la actuación de Fred Herrera en su representación, en la que el bailarín capta a la perfección, la capacidad del ser humano para resurgir después de la tragedia a través de la danza denominada butoh, un baile japonés que refleja la resiliencia y fortaleza de las personas para renacer y rehacerse tras grandes catástrofes.
![[Img #35858]](https://teuladamorairadigital.es/upload/images/09_2022/8978_gigantes-de-sal-4.jpg)
La parte crítica, por ponerle algún pero a este increíble espectáculo, es quizás el gran número de “profesionales” que, sin formar parte de la obra pululaban a su alrededor. Video fotógrafos se mezclaban demasiado a menudo en el espacio de los personajes, desluciendo algunos momentos de la representación. Quizás el hecho de ir vestidos fuera del contexto de la obra hacía que la atención se desviara hacia estos expertos de la imagen en instantes muy determinados. En este sentido, también hubo personas que se colocaron en las paredes del Castillo sin respetar que, si bien esta representación era al aire libre, este espacio de la fortaleza formaba parte de ese decorado algo perfectamente previsible por parte de la organización.

El monumental Gigante de Sal, una exquisita obra de arte expuesta en la explanada del Castillo de Moraira, creación de los escultores Coderch y Malavia, se confrontó con la fuente de su inspiración. Por primera vez, frente a la obra, el bailarín costarricense, Fred Herrera, junto al saxofonista, Javier Valero, exhibieron un espectáculo de gran belleza que ha hecho posible descubrir a través de una exquisita coreografía un “cara a cara entre el bronce y la sangre”.
El Gigante Rojo de sangre da vida al Gigante Azul de fría aleación de bronce, a través de una trama que rememora esos gigantes arcaicos de tiempos primordiales que habitan en las leyendas japonesas. La música del saxofón, escrita y recreada por Valero -todo hay que decirlo-, maravillosa a lo largo de toda la actuación, permite la creación de un espacio profundo y mágico en el que se logra transmitir la fuerza de la historia que en ese momento se narra.
Y por supuesto, grandiosa la actuación de Fred Herrera en su representación, en la que el bailarín capta a la perfección, la capacidad del ser humano para resurgir después de la tragedia a través de la danza denominada butoh, un baile japonés que refleja la resiliencia y fortaleza de las personas para renacer y rehacerse tras grandes catástrofes.
La parte crítica, por ponerle algún pero a este increíble espectáculo, es quizás el gran número de “profesionales” que, sin formar parte de la obra pululaban a su alrededor. Video fotógrafos se mezclaban demasiado a menudo en el espacio de los personajes, desluciendo algunos momentos de la representación. Quizás el hecho de ir vestidos fuera del contexto de la obra hacía que la atención se desviara hacia estos expertos de la imagen en instantes muy determinados. En este sentido, también hubo personas que se colocaron en las paredes del Castillo sin respetar que, si bien esta representación era al aire libre, este espacio de la fortaleza formaba parte de ese decorado algo perfectamente previsible por parte de la organización.
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