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Miércoles, 09 de Julio de 2014 Tiempo de lectura:

El traje nuevo del emperador

Casi dos siglos nos separan del momento en el que la fábula del traje del emperador viera la luz. En 1837 Hans Christian Andersen publicó este legado de imprescindible lectura.

Para el que no conozca la historia, el resumen un tanto personal,  es el siguiente:

 

Mucho tiempo atrás un  emperador  decidió comprarse un traje, pero no uno cualquiera, sino el mejor de los trajes. Los impuestos que cobraba a los ciudadanos, le permitía darse caprichos caros sin mayor preocupación.

 

Unos  charlatanes aprovechando la pedantería de este personaje, urdieron una lucrativa trama.  La oferta de  una prenda muy especial  junto a la curiosidad del emperador,  hizo el resto. 

 

 Las telas que formaban la vestimenta tenían -según afirmaban los charlatanes- una característica muy especial: Eran invisibles para cualquier estúpido o persona incapaz para el cargo que ostentase.

 

Los  nervios de saberse incapaz de ver estos ropajes,  hizo  que el emperador encargara primero a sus asesores el comprobar  si las maravillas del producto eran tan ciertas. Evidentemente ninguno de ellos -conocedores de la vanidad de este narcisista - admitieron ser  incapaces de ver  el inexistente ropaje.

 

 Para entonces toda la ciudad ya había oído hablar de la tela y de su "peculiaridad".

 

Aunque el emperador no era capaz de ver con sus propios ojos el ropaje, su incapacidad de reconocerlo  era mayor.  A pesar de todo, decidió enfundarse  el traje y ayudado por los charlatanes, quiso mostrarlo a los ciudadanos.

 

Un Gran Desfile de Gala ante los suyos a modo de presentación oficial, se preparó para tal fin. En todas las  partes del reino,  se podía leer la invitación al evento. Los heraldos venidos desde otras provincias,  contarían también este  acontecimiento.

 

Pero... ¿Quién se atrevería  a decirle que las prendas que el emperador creía llevar, en realidad no existían?

 

Durante el Gran Desfile de Gala, todos los asesores exaltaban los detalles del traje hasta que algo sorprendente ocurrió. Un niño que pasaba por allí  dijo: ¡Pero si va desnudo!

 

La frase, dicha por alguien tan  inocente, bastó para que los  presentes  empezaran a susurrar sobre la realidad de lo que estaban viendo, el murmullo se convirtió en voz y la voz  en grito: El emperador estaba  desnudo.

 

Nuestro protagonista, a pesar de ser conocedor de la realidad a partir de ese instante, levantó la cabeza y terminó el desfile...despojado de todo ropaje.

 

Moraleja: Resulta intolerable que el destino de un municipio  dependa de la terquedad de unos pocos.

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