El invierno que se va
Se nos va un invierno que, al menos en la ciudad de Valencia, este año
no ha querido presentarse, aunque tampoco cabe confiarse, puesto que
podría hacer de las suyas por fallas, como ha ocurrido alguna que otra
vez.
Por el momento se echan de menos esas caras ateridas de frío
y el gesto encogido por las calles. Y también que alguno quiera
presumir: Hace unos pocos años, dos o tres, un día en que el termómetro
marcaba cuatro grados centígrados vi a un joven en manga corta, que no
demostraba ningún tipo de sufrimiento por ir de este modo.
En
invierno las rosas no están, pero eso no significa que hayan
desaparecido. Simplemente, están recobrando fuerzas, a la espera de que
llegue su hora y puedan regalar al mundo su belleza y su aroma. Todo es
bueno en las rosas. Quien se pincha es porque quiere.
Pero John
quiere que hable de las cosas pequeñas y Salvador me sugirió que
dedicase mi atención a la ameba. No se me ocurre nada acerca de las
amebas, pero veamos lo que dice Cervantes de los mosquitos, que tampoco
son muy grandes: Suele ofender más un mosquito de lo que puede favorecer
un águila. De todos modos, tampoco hay que maldecir a los mosquitos.
Gracias a ellos, y hasta hace pocos años, yo veía planear a las
golondrinas.
Los mosquitos son pequeños y a las rosas les llegará
su momento, sin embargo el invierno no llega y su tiempo se acaba.
Pablo Neruda lo dijo así en su Jardín de invierno: pertenezco a la
tierra y a su invierno. Manuel Machado terminó su poema La canción de
invierno con unas recomendaciones: Encendamos la lámpara en los propios
altares.../y tengamos, en estas horas crepusculares,/una mujer al lado,
en el hogar un leño...,/y un libro que nos lleve desde la prosa al
sueño. Juan Ramón Jiménez, en su Canción de Invierno, también piensa en
los pájaros: Yo no sé dónde cantan/los pájaros (cantan, cantan),/los
pájaros que cantan.
Se nos va un invierno que, al menos en la ciudad de Valencia, este año
no ha querido presentarse, aunque tampoco cabe confiarse, puesto que
podría hacer de las suyas por fallas, como ha ocurrido alguna que otra
vez.
Por el momento se echan de menos esas caras ateridas de frío
y el gesto encogido por las calles. Y también que alguno quiera
presumir: Hace unos pocos años, dos o tres, un día en que el termómetro
marcaba cuatro grados centígrados vi a un joven en manga corta, que no
demostraba ningún tipo de sufrimiento por ir de este modo.
En
invierno las rosas no están, pero eso no significa que hayan
desaparecido. Simplemente, están recobrando fuerzas, a la espera de que
llegue su hora y puedan regalar al mundo su belleza y su aroma. Todo es
bueno en las rosas. Quien se pincha es porque quiere.
Pero John
quiere que hable de las cosas pequeñas y Salvador me sugirió que
dedicase mi atención a la ameba. No se me ocurre nada acerca de las
amebas, pero veamos lo que dice Cervantes de los mosquitos, que tampoco
son muy grandes: Suele ofender más un mosquito de lo que puede favorecer
un águila. De todos modos, tampoco hay que maldecir a los mosquitos.
Gracias a ellos, y hasta hace pocos años, yo veía planear a las
golondrinas.
Los mosquitos son pequeños y a las rosas les llegará
su momento, sin embargo el invierno no llega y su tiempo se acaba.
Pablo Neruda lo dijo así en su Jardín de invierno: pertenezco a la
tierra y a su invierno. Manuel Machado terminó su poema La canción de
invierno con unas recomendaciones: Encendamos la lámpara en los propios
altares.../y tengamos, en estas horas crepusculares,/una mujer al lado,
en el hogar un leño...,/y un libro que nos lleve desde la prosa al
sueño. Juan Ramón Jiménez, en su Canción de Invierno, también piensa en
los pájaros: Yo no sé dónde cantan/los pájaros (cantan, cantan),/los
pájaros que cantan.

























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