Un soleado día de diciembre
He subido al tranvía, rumbo a la playa, y eran las once en punto cuando
lo he hecho. Unas pocas paradas más adelante han subido muchos jóvenes,
estudiantes sin duda. Todos con ropa de invierno, como se puede
imaginar; pero algunos iban más allá; llevaban bufandas muy bien
enrolladas alrededor del cuello, e incluso he visto a uno, con pinta de
ser fuerte físicamente, que llevaba guantes de lana.
Dos, tres o
cuatro paradas después se han bajado todos. No las he contado, pero me
ha extrañado que siendo tan jóvenes no hicieran ese breve trayecto
caminando. Finalmente, he llegado a la playa y he recorrido el Paseo
Marítimo. He visto a un hombre y más adelante a otro con el torso
desnudo en la arena. Yo mismo podría haber estado así también, puesto
que lucía un bonito sol y sudaba ligeramente.
Al margen de que
unas personas son más frioleras que otras, me ha dado por pensar en esos
pequños lujos que pueden disfrutar algunas personas. No los critico,
lógicamente, sino que creo que deberían estar al alcance de la mayoría,
si no de todos.
Parecía que lo íbamos a conseguir y resulta que se nos ha escapado de las manos y ahora hay jubilados que no pueden poner la calefacción porque la luz ha subido mucho.
En
España hay expertos en desviar la atención de las masas de las cosas
que realmente importan. Inventan objetivos que convienen a cuatro, o a
pocos más de cuatro, y se sirven de la fuerza de millones de personas
para lograrlos. Y esos millones de personas que luchan por causas que no
son las suyas apenas se dan cuenta de que se están empobreciendo
paulatinamente, porque tienen el pensamiento puesto en cosas que
interesan a los menos.
Y los aprovechados no tienen contemplaciones,
ni les importa el frío que pasen los que no puedan comprarse un abrigo y
mucho menos poner la calefacción. Ellos son cada vez más ricos y los
pobres se empobrecen más cada día.
He subido al tranvía, rumbo a la playa, y eran las once en punto cuando
lo he hecho. Unas pocas paradas más adelante han subido muchos jóvenes,
estudiantes sin duda. Todos con ropa de invierno, como se puede
imaginar; pero algunos iban más allá; llevaban bufandas muy bien
enrolladas alrededor del cuello, e incluso he visto a uno, con pinta de
ser fuerte físicamente, que llevaba guantes de lana.
Dos, tres o
cuatro paradas después se han bajado todos. No las he contado, pero me
ha extrañado que siendo tan jóvenes no hicieran ese breve trayecto
caminando. Finalmente, he llegado a la playa y he recorrido el Paseo
Marítimo. He visto a un hombre y más adelante a otro con el torso
desnudo en la arena. Yo mismo podría haber estado así también, puesto
que lucía un bonito sol y sudaba ligeramente.
Al margen de que
unas personas son más frioleras que otras, me ha dado por pensar en esos
pequños lujos que pueden disfrutar algunas personas. No los critico,
lógicamente, sino que creo que deberían estar al alcance de la mayoría,
si no de todos.
Parecía que lo íbamos a conseguir y resulta que se nos ha escapado de las manos y ahora hay jubilados que no pueden poner la calefacción porque la luz ha subido mucho.
En
España hay expertos en desviar la atención de las masas de las cosas
que realmente importan. Inventan objetivos que convienen a cuatro, o a
pocos más de cuatro, y se sirven de la fuerza de millones de personas
para lograrlos. Y esos millones de personas que luchan por causas que no
son las suyas apenas se dan cuenta de que se están empobreciendo
paulatinamente, porque tienen el pensamiento puesto en cosas que
interesan a los menos.
Y los aprovechados no tienen contemplaciones,
ni les importa el frío que pasen los que no puedan comprarse un abrigo y
mucho menos poner la calefacción. Ellos son cada vez más ricos y los
pobres se empobrecen más cada día.

























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