Freírnos a impuestos
A CONTRACORRIENTE
Menos mal que el COI no ha dado los Juegos
Olímpicos a Madrid. De haberlo hecho no se habría cumplido la propuesta
de Mariano Rajoy de bajarnos los impuestos en 2015. Un incumplimiento
más.
A lo mejor, ni por ésas, ya que nos advertía el cínico
socialista Tierno Galván de que “las promesas electorales están hechas
para incumplirlas”. ¡Si lo sabría él!
Lo que mejor se acomoda a
ese aforismo son los impuestos, sin duda. Cuando estaba en la oposición,
el hoy ministro Cristóbal Montoro despotricaba contra su subida por
Rodríguez Zapatero ya que eso frenaba la actividad económica y aumentaba
el paro. Ahora, que es él quien los sube, lo hace porque generan
recursos y permiten crear empleo.
O una cosa, o la contraria.
Pero, si resulta que es así, ¿por qué cometer el error de rebajarlos
dentro de un año, justo en vísperas de las elecciones generales?
Sencillamente,
porque los políticos suelen preferir su conveniencia a la verdad y
sacrificar sus convicciones en aras de mantenerse en sus cargos
públicos.
Retomemos el tema de los impuestos. En época de vacas
gordas, cuando las Comunidades Autónomas se dedicaban sólo a gastar y el
Estado central corría con el coste de la juerga, lo fetén era ver quién
de ellas rebajaba más los impuestos autonómicos. O mejor aún, los hacía
desaparecer, como el impuesto de Sucesiones.
El precursor fue el
Gobierno vasco, para que volviesen ciudadanos exiliados por culpa de
ETA, con el bonito argumento de que se trataba de un “impuesto
confiscatorio”, ya que se imponía a “rentas ya grabadas en el momento en
que se obtuvieron”.
Ahora, cuando las CCAA no tienen un duro y
el Estado les aprieta las tuercas del déficit público, empiezan a
reimplantar el citado impuesto al que lo ven ya como “algo progresivo
que propende a un justo reparto de rentas”. ¡Toma ya!
Si seguimos
—que seguiremos— utilizando los impuestos con esa alegre e impune
desfachatez, no nos extrañemos que algún día un Gobierno autónomo —el de
Artur Mas, por ejemplo— proponga reducir tributos a quienes se instalen
en aquella región, o sea, se nacionalicen, para tener así más población
independentista.
Con los impuestos, está visto, todo es posible.
A CONTRACORRIENTE
Menos mal que el COI no ha dado los Juegos
Olímpicos a Madrid. De haberlo hecho no se habría cumplido la propuesta
de Mariano Rajoy de bajarnos los impuestos en 2015. Un incumplimiento
más.
A lo mejor, ni por ésas, ya que nos advertía el cínico
socialista Tierno Galván de que “las promesas electorales están hechas
para incumplirlas”. ¡Si lo sabría él!
Lo que mejor se acomoda a
ese aforismo son los impuestos, sin duda. Cuando estaba en la oposición,
el hoy ministro Cristóbal Montoro despotricaba contra su subida por
Rodríguez Zapatero ya que eso frenaba la actividad económica y aumentaba
el paro. Ahora, que es él quien los sube, lo hace porque generan
recursos y permiten crear empleo.
O una cosa, o la contraria.
Pero, si resulta que es así, ¿por qué cometer el error de rebajarlos
dentro de un año, justo en vísperas de las elecciones generales?
Sencillamente,
porque los políticos suelen preferir su conveniencia a la verdad y
sacrificar sus convicciones en aras de mantenerse en sus cargos
públicos.
Retomemos el tema de los impuestos. En época de vacas
gordas, cuando las Comunidades Autónomas se dedicaban sólo a gastar y el
Estado central corría con el coste de la juerga, lo fetén era ver quién
de ellas rebajaba más los impuestos autonómicos. O mejor aún, los hacía
desaparecer, como el impuesto de Sucesiones.
El precursor fue el
Gobierno vasco, para que volviesen ciudadanos exiliados por culpa de
ETA, con el bonito argumento de que se trataba de un “impuesto
confiscatorio”, ya que se imponía a “rentas ya grabadas en el momento en
que se obtuvieron”.
Ahora, cuando las CCAA no tienen un duro y
el Estado les aprieta las tuercas del déficit público, empiezan a
reimplantar el citado impuesto al que lo ven ya como “algo progresivo
que propende a un justo reparto de rentas”. ¡Toma ya!
Si seguimos
—que seguiremos— utilizando los impuestos con esa alegre e impune
desfachatez, no nos extrañemos que algún día un Gobierno autónomo —el de
Artur Mas, por ejemplo— proponga reducir tributos a quienes se instalen
en aquella región, o sea, se nacionalicen, para tener así más población
independentista.
Con los impuestos, está visto, todo es posible.

























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