El tsunami ha empezado ya
A CONTRACORRIENTE
Mariano Rajoy y Pérez Rubalcaba han levantado
ya las toallas de su pacífico veraneo, sin saber que en lontananza, aún
no visible, ha comenzado un tsunami que acabará con ellos y con toda la
clase política surgida de la Transición Democrática.
La alegría
suicida del jefe de Gobierno se debe al aumento del turismo y las
exportaciones, producto de la debilidad de nuestra economía, y de una
prima de riesgo que ronda los 260 puntos y que aleja el fantasma de una
intervención de la Troika.
¿Pero se puede ser feliz, como presume
el ministro De Guindos, con un paro del 27,1% de la población? ¿Con un
descrédito absoluto de los políticos y de las instituciones que
encarnan? ¿Con el expolio sistemático de las cuentas públicas por parte
de Luis Bárcenas y, probablemente del propio PP? ¿Con el más que
probable incumplimiento del déficit público de las Comunidades
Autónomas, algunas de ellas en quiebra técnica, como la Comunidad
Valenciana?
Ninguna de estas cuestiones pueden ser motivo de
alegría para el PSOE, pringado él mismo, en iguales o peores casos de
corrupción, dirigiendo Comunidades Autónomas que no funcionan, siendo
más que responsable en la inestabilidad territorial de España con casos
como el de Cataluña, etcétera, etcétera.
El tsunami que se
avecina acabará con todos, enfrascados una vez más en echarse los
trastos de la última Ley de Educación mientras que nuestros jóvenes no
encuentran empleo. Y no decimos aquello tan manido de que “Dios les coja
confesados”, porque no se han enterado. Como le sucede también a la
Casa Real, donde la popularidad del Rey ha caído un 50%, frente al 62%
del príncipe Felipe, mientras el rey Juan Carlos I se aferra a la Corona
aun al precio de cargarse la Monarquía con la ayuda meritoria del
inefable Iñaki Urdangarin.
Ellos solos se han buscado el desastre
que les viene encima. Lo único que cabe esperar —y desear-- es que el
pueblo español, harto de tanto político de pacotilla, tenga la entereza
social, política y patriótica de alterar este estado de cosas sin
llevarnos a un estadio peor que el actual.
A CONTRACORRIENTE
Mariano Rajoy y Pérez Rubalcaba han levantado
ya las toallas de su pacífico veraneo, sin saber que en lontananza, aún
no visible, ha comenzado un tsunami que acabará con ellos y con toda la
clase política surgida de la Transición Democrática.
La alegría
suicida del jefe de Gobierno se debe al aumento del turismo y las
exportaciones, producto de la debilidad de nuestra economía, y de una
prima de riesgo que ronda los 260 puntos y que aleja el fantasma de una
intervención de la Troika.
¿Pero se puede ser feliz, como presume
el ministro De Guindos, con un paro del 27,1% de la población? ¿Con un
descrédito absoluto de los políticos y de las instituciones que
encarnan? ¿Con el expolio sistemático de las cuentas públicas por parte
de Luis Bárcenas y, probablemente del propio PP? ¿Con el más que
probable incumplimiento del déficit público de las Comunidades
Autónomas, algunas de ellas en quiebra técnica, como la Comunidad
Valenciana?
Ninguna de estas cuestiones pueden ser motivo de
alegría para el PSOE, pringado él mismo, en iguales o peores casos de
corrupción, dirigiendo Comunidades Autónomas que no funcionan, siendo
más que responsable en la inestabilidad territorial de España con casos
como el de Cataluña, etcétera, etcétera.
El tsunami que se
avecina acabará con todos, enfrascados una vez más en echarse los
trastos de la última Ley de Educación mientras que nuestros jóvenes no
encuentran empleo. Y no decimos aquello tan manido de que “Dios les coja
confesados”, porque no se han enterado. Como le sucede también a la
Casa Real, donde la popularidad del Rey ha caído un 50%, frente al 62%
del príncipe Felipe, mientras el rey Juan Carlos I se aferra a la Corona
aun al precio de cargarse la Monarquía con la ayuda meritoria del
inefable Iñaki Urdangarin.
Ellos solos se han buscado el desastre
que les viene encima. Lo único que cabe esperar —y desear-- es que el
pueblo español, harto de tanto político de pacotilla, tenga la entereza
social, política y patriótica de alterar este estado de cosas sin
llevarnos a un estadio peor que el actual.

























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