Las razones de Aznar
A contracorriente
Aznar no piensa volver al primer plano de la
política porque él sabe, mejor que nadie, que su época pasó, como lo
reconoció al retirarse voluntariamente en 2004.
Lo que sí acaba
de hacer es agitar las aguas estancadas de la política española y
concitar con ello el rechazo unánime de enemigos y de presuntos amigos,
ya que todos ellos temen perder sus respectivas sinecuras si las cosas
cambian.
Se discrepe o no de él, lo que ha dicho Aznar coincide
con la creencia de miles de votantes del PP. En una encuesta efectuada
en el programa televisivo de Alfonso Merlos, tres de cada cuatro
espectadores —supuestamente situados bien a la derecha— opinaban que
Aznar debería volver a la política.
Ya ven que lo que la gente
piensa no tiene por qué coincidir con el manual del partido político
respectivo, ya sea sobre el aborto o sobre la bajada de impuestos.
Cuando un militante se sale del guión —aunque haya sido el mismísimo
jefe del partido, como le ocurre a Aznar—, lo menos que dicen de él sus
conmilitones es que “ha sido desleal”. Desleal, ¿a quién? ¿A su
conciencia? ¿A sus principios ideológicos? ¿O más bien a las directrices
del último mandamás del partido?
Eso sucede debido a la
imposición de las órdenes jerárquicas sobre el pensamiento crítico y de
las consignas sobre la libertad individual.
Por eso, harían bien
Mariano Rajoy y el PP en hacérselo mirar, en vez de sestear complacidos
sobre unas encuestas que dicen que el PSOE está peor que ellos.
En
ese sentido, Aznar, que para eso maneja la Fundación para el Análisis y
los Estudios Sociales (FAES), ha lanzado dos duras advertencias a su
sucesor, al margen de cualquier consideración ideológica: 1) se está
destruyendo la clase media española, base de la recuperación económica,
pero también del electorado del PP, y 2) la amenaza secesionista de
Artur Mas no se trata de ninguna broma: Cataluña es el pal de paller, es
decir, el eje sobre el que se articula España, y si se va al garete
todos nos vamos tras ella.
Así que al tanto.
A contracorriente
Aznar no piensa volver al primer plano de la
política porque él sabe, mejor que nadie, que su época pasó, como lo
reconoció al retirarse voluntariamente en 2004.
Lo que sí acaba
de hacer es agitar las aguas estancadas de la política española y
concitar con ello el rechazo unánime de enemigos y de presuntos amigos,
ya que todos ellos temen perder sus respectivas sinecuras si las cosas
cambian.
Se discrepe o no de él, lo que ha dicho Aznar coincide
con la creencia de miles de votantes del PP. En una encuesta efectuada
en el programa televisivo de Alfonso Merlos, tres de cada cuatro
espectadores —supuestamente situados bien a la derecha— opinaban que
Aznar debería volver a la política.
Ya ven que lo que la gente
piensa no tiene por qué coincidir con el manual del partido político
respectivo, ya sea sobre el aborto o sobre la bajada de impuestos.
Cuando un militante se sale del guión —aunque haya sido el mismísimo
jefe del partido, como le ocurre a Aznar—, lo menos que dicen de él sus
conmilitones es que “ha sido desleal”. Desleal, ¿a quién? ¿A su
conciencia? ¿A sus principios ideológicos? ¿O más bien a las directrices
del último mandamás del partido?
Eso sucede debido a la
imposición de las órdenes jerárquicas sobre el pensamiento crítico y de
las consignas sobre la libertad individual.
Por eso, harían bien
Mariano Rajoy y el PP en hacérselo mirar, en vez de sestear complacidos
sobre unas encuestas que dicen que el PSOE está peor que ellos.
En
ese sentido, Aznar, que para eso maneja la Fundación para el Análisis y
los Estudios Sociales (FAES), ha lanzado dos duras advertencias a su
sucesor, al margen de cualquier consideración ideológica: 1) se está
destruyendo la clase media española, base de la recuperación económica,
pero también del electorado del PP, y 2) la amenaza secesionista de
Artur Mas no se trata de ninguna broma: Cataluña es el pal de paller, es
decir, el eje sobre el que se articula España, y si se va al garete
todos nos vamos tras ella.
Así que al tanto.

























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