la amistad no es más que tener la capacidad de regalar complicidad y tolerancia
Aquello que fue, ya no es
“Cuando yo era un niño/a….”
Seguro que el inicio de esta frase lo has dicho muchas veces, de hecho
la mayoría de recuerdos que tenemos de cuando somos críos se nos escapa alguna
sonrisa, de la misma forma que en casi todos esos mismos recuerdos aparecen
aquellos amigos o amigas que durante tu etapa escolar estuvieron a tu lado.
Aquellos con los que jugabas a las canicas, al pilla-pilla o
a cambiar cartas con un olor a ambientador barato. Aquellos con los que te
comías los sugus y compartíais los tamagochis.
Si, esa misma época en la que no existían los móviles, ni
tablets, ni la play, ni ningún tipo de artilugio que tuviese una tecnología
asiática. Solo existían juegos mayoritariamente más sociables que los que
existen ahora, juegos en los que l@s
niñ@s jugaban en la calle y en el peor de los casos en el suelo y ese era el
motivo por el cual estaba justificado llevar los pantalones llenos de
aterciopeladas rodilleras.
La vida cambia y por ello nuestro entorno. Con entorno no me
refiero exclusivamente a los avances tecnológicos o a aspectos sociales, sino
también a nuestras amistades. En realidad cuantos más años cumplas, menos
amigos tienes y esta proporción inversa viene porque cuando somos pequeños,
cualquier niño de tu mismo rango de edad y que juegue contigo ya lo consideras
tu amigo incluso llegando a ser tu mejor amigo.
Cuando creces te das cuenta que la amistad no es solo
compartir una actividad, sino que tener un amigo es saber compartir
confidencias con esa persona, escucharla
sin juzgar, apoyar en aquellos arrepentimientos previsibles, serle fiel
y sobretodo aceptar tal y como es, sin esperar más de lo que te dé.
Y es que la amistad no es más que tener la capacidad de
regalar complicidad y tolerancia a aquella persona que te tiende la mano. Se
trata de un sentimiento que se puede
compartir y compaginar y nunca, bajo ningún concepto, infravalorarla.
Porque la amistad intensifica las alegrías y divide las
penas.
Carolina Vallés Martí
Psicóloga. Máster en trastornos de la conducta alimentaria y trastornos de personalidad
“Cuando yo era un niño/a….”
Seguro que el inicio de esta frase lo has dicho muchas veces, de hecho
la mayoría de recuerdos que tenemos de cuando somos críos se nos escapa alguna
sonrisa, de la misma forma que en casi todos esos mismos recuerdos aparecen
aquellos amigos o amigas que durante tu etapa escolar estuvieron a tu lado.
Aquellos con los que jugabas a las canicas, al pilla-pilla o a cambiar cartas con un olor a ambientador barato. Aquellos con los que te comías los sugus y compartíais los tamagochis.
Si, esa misma época en la que no existían los móviles, ni tablets, ni la play, ni ningún tipo de artilugio que tuviese una tecnología asiática. Solo existían juegos mayoritariamente más sociables que los que existen ahora, juegos en los que l@s niñ@s jugaban en la calle y en el peor de los casos en el suelo y ese era el motivo por el cual estaba justificado llevar los pantalones llenos de aterciopeladas rodilleras.
La vida cambia y por ello nuestro entorno. Con entorno no me refiero exclusivamente a los avances tecnológicos o a aspectos sociales, sino también a nuestras amistades. En realidad cuantos más años cumplas, menos amigos tienes y esta proporción inversa viene porque cuando somos pequeños, cualquier niño de tu mismo rango de edad y que juegue contigo ya lo consideras tu amigo incluso llegando a ser tu mejor amigo.
Cuando creces te das cuenta que la amistad no es solo
compartir una actividad, sino que tener un amigo es saber compartir
confidencias con esa persona, escucharla
sin juzgar, apoyar en aquellos arrepentimientos previsibles, serle fiel
y sobretodo aceptar tal y como es, sin esperar más de lo que te dé.
Y es que la amistad no es más que tener la capacidad de
regalar complicidad y tolerancia a aquella persona que te tiende la mano. Se
trata de un sentimiento que se puede
compartir y compaginar y nunca, bajo ningún concepto, infravalorarla.
Porque la amistad intensifica las alegrías y divide las penas.
Carolina Vallés Martí
Psicóloga. Máster en trastornos de la conducta alimentaria y trastornos de personalidad
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