Estamos ante un mayúsculo despropósito
O deporte o paro
A contracorriente
Ahora somos campeones mundiales de balonmano, como lo hemos sido de fútbol, de baloncesto y hasta de tenis.
¡Ah, se me olvidaba! También somos campeones mundiales de paro; sobre todo, de paro juvenil.
No
me resisto a la tentación de establecer una correlación entre ambos
hechos. Si hubiésemos dedicado a la educación, a la formación
profesional y a la creación de empleo las ingentes cantidades invertidas
en el deporte, otro gallo cantaría. Pero, al parecer, preferimos
títulos deportivos a puestos de trabajo.
Lo malo es que en época
de crisis el dinero tampoco llega para mantener las elefantiásicas
estructuras deportivas. El mejor ejemplo: que la mayoría de los clubes
de fútbol del país está prácticamente en quiebra.
Aun así, oímos
hablar de contratos millonarios y de astronómicas cláusulas de
rescisión, no ya de Messi, Cristiano Ronaldo y otros cracks, sino de
cualquier futbolista de medio pelo.
Lo peor es que, al final, todo
ese dispendio no lo pagan sólo los hinchas del fútbol, sino que recae
sobre todos los ciudadanos merced a las generosas subvenciones de
ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas. Así se explica que
mientras la Generalitat Valenciana no tiene dinero para atender a la
sanidad, asuma los préstamos de Bankia —otro que tal— al Valencia C.F.
Estamos
ante un mayúsculo despropósito. Tanto es así, que nuestros jóvenes se
parten el alma no ya por cualquier empleo imposible, sino por un
sustancioso contrato deportivo.
Por eso, quizás, tenemos tantos y
tan buenos deportistas. Por eso, probablemente, exportamos futbolistas
hasta a la Premier inglesa. Puestos a emigrar, mejor hacerlo como Mata o
Silva, que no como jornalero a la vendimia francesa.
El dilema está claro: o deporte o paro.
A contracorriente
Ahora somos campeones mundiales de balonmano, como lo hemos sido de fútbol, de baloncesto y hasta de tenis.
¡Ah, se me olvidaba! También somos campeones mundiales de paro; sobre todo, de paro juvenil.
No
me resisto a la tentación de establecer una correlación entre ambos
hechos. Si hubiésemos dedicado a la educación, a la formación
profesional y a la creación de empleo las ingentes cantidades invertidas
en el deporte, otro gallo cantaría. Pero, al parecer, preferimos
títulos deportivos a puestos de trabajo.
Lo malo es que en época
de crisis el dinero tampoco llega para mantener las elefantiásicas
estructuras deportivas. El mejor ejemplo: que la mayoría de los clubes
de fútbol del país está prácticamente en quiebra.
Aun así, oímos
hablar de contratos millonarios y de astronómicas cláusulas de
rescisión, no ya de Messi, Cristiano Ronaldo y otros cracks, sino de
cualquier futbolista de medio pelo.
Lo peor es que, al final, todo
ese dispendio no lo pagan sólo los hinchas del fútbol, sino que recae
sobre todos los ciudadanos merced a las generosas subvenciones de
ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas. Así se explica que
mientras la Generalitat Valenciana no tiene dinero para atender a la
sanidad, asuma los préstamos de Bankia —otro que tal— al Valencia C.F.
Estamos
ante un mayúsculo despropósito. Tanto es así, que nuestros jóvenes se
parten el alma no ya por cualquier empleo imposible, sino por un
sustancioso contrato deportivo.
Por eso, quizás, tenemos tantos y
tan buenos deportistas. Por eso, probablemente, exportamos futbolistas
hasta a la Premier inglesa. Puestos a emigrar, mejor hacerlo como Mata o
Silva, que no como jornalero a la vendimia francesa.
El dilema está claro: o deporte o paro.

























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