en el fondo, cada país va a la suya
Desunión Europea
A
contracorriente
Sólo la mitad de los países de la Unión Europea han votado a
favor de Palestina como Estado observador de la ONU. Esta división es una más
en la larga lista de disensiones en política internacional: reconocimiento de
Kosovo, apoyo al ingreso de Turquía en la UE… y hasta sobre el mando conjunto
en operaciones militares en el exterior.
Si se tratase solamente de política internacional, aun se
podría entender. Pero los desacuerdos de esa Europa venida a menos también se
manifiestan en temas de cohesión interna: política monetaria, magnitud de los
recortes económicos, rescate a los países en dificultades… Por no haber
acuerdo, ni siquiera ha podido aprobarse el próximo Presupuesto de la UE, como
en su día tampoco pudo ratificarse la non nata Constitución europea.
Es que, en el fondo, cada país va a la suya, defendiendo su
conveniencia en temas tan peregrinos como la interminable discusión que hubo
hace unos años sobre comercializar o no una patata modificada genéticamente y
que produce un mejor almidón para uso industrial.
Con esa actitud nacionalista, no es de extrañar que cada vez
que regresan de las cumbres comunitarias nuestros jefes de Gobierno —llámense
Aznar, Rodríguez Zapatero o Rajoy— de lo que presumen es de las posibles
ventajas conseguidas para España, más que de los logros comunes alcanzados.
Lo peor es que, en vez de avanzar hacia una mayor cohesión,
surgen ahora nuevos particularismos: Escocia, Cataluña… y quizás mañana
Flandes, Pandania u Occitania.
No sé cómo verían este inquietante panorama Monnet y
Schuman, forjadores de la idea europea, si levantasen la cabeza. Lo único
seguro es que los pobres estarían terriblemente insatisfechos.
A
contracorriente
Sólo la mitad de los países de la Unión Europea han votado a favor de Palestina como Estado observador de la ONU. Esta división es una más en la larga lista de disensiones en política internacional: reconocimiento de Kosovo, apoyo al ingreso de Turquía en la UE… y hasta sobre el mando conjunto en operaciones militares en el exterior.
Si se tratase solamente de política internacional, aun se podría entender. Pero los desacuerdos de esa Europa venida a menos también se manifiestan en temas de cohesión interna: política monetaria, magnitud de los recortes económicos, rescate a los países en dificultades… Por no haber acuerdo, ni siquiera ha podido aprobarse el próximo Presupuesto de la UE, como en su día tampoco pudo ratificarse la non nata Constitución europea.
Es que, en el fondo, cada país va a la suya, defendiendo su conveniencia en temas tan peregrinos como la interminable discusión que hubo hace unos años sobre comercializar o no una patata modificada genéticamente y que produce un mejor almidón para uso industrial.
Con esa actitud nacionalista, no es de extrañar que cada vez que regresan de las cumbres comunitarias nuestros jefes de Gobierno —llámense Aznar, Rodríguez Zapatero o Rajoy— de lo que presumen es de las posibles ventajas conseguidas para España, más que de los logros comunes alcanzados.
Lo peor es que, en vez de avanzar hacia una mayor cohesión, surgen ahora nuevos particularismos: Escocia, Cataluña… y quizás mañana Flandes, Pandania u Occitania.
No sé cómo verían este inquietante panorama Monnet y Schuman, forjadores de la idea europea, si levantasen la cabeza. Lo único seguro es que los pobres estarían terriblemente insatisfechos.

























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